MERA SUGESTION |
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Mis
amigos dicen que yo soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como
argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa
mañana yo estaba leyendo una novela de terror, y, aunque era pleno día, me
sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un
feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba
que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo
en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de
la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera
visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso; pese
a todos estos hechos, yo, sin embargo, estaba enteramente convencido de que el
asesino acechaba tras la puerta cerrada.
De
manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar en la cocina.
Esto me preocupaba, pues se acercaba la hora del almuerzo y sería
imprescindible que yo entrase en la cocina.
Entonces
sonó el timbre.
—¡Entre!
—grité sin levantarme—. Está sin llave.
Entró
el portero del edificio, con dos o tres cartas.
—Se
me durmió la pierna —dije—. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso
de agua?
El
portero dijo “Cómo no”, abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un
grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras sí
platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El
portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la
espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde
luego, en la cocina no había ningún asesino.
Se
trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.
[De El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976.] |
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