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ESTAS COSAS

    
No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de mi mano. Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del
              día elevadas, con su trabajo cruel
y afanoso, con el terror de la primavera y el tiempo y la noche
vanamente disueltos en su impaciencia.
                  
Yo sé que estoy extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi
            lengua. Una palabra, aquella
sonriente y terrible ternura,
oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la
            nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y  perseguida,
            permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la 
            atmósfera.
                
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni  la imagen
            voluntariosa
sobre lo pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.
              
Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue
            perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
         
Soy el ido, el variante del cielo,
de la calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.
              
¡Amor, amor!, una brizna del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas
                  
Decidido, toma,  ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío
            brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado
invierno.
       
Ricardo Enrique MOLINARI
argentino, 1898