B. RIVADAVIA |
LLEGANDO
A LOS CINCUENTA Y DOS AÑOS VIEJO |
El ronroneo de la tarde |
después del almuerzo, |
primavera. |
Los vecinos pájaros enjaulados |
fulgiendo opacadas gemas de selva |
Tal vez la paz |
se da entre sombra de las plantas |
o en el discreto enjambre de moscas, |
al margen del sol, |
en reciprocidad de amor; |
o en mí, que sentado, |
presto atención a las cosas de la vida. |
SHELLEY |
a S.O. |
Nunca se tendrá en su medida |
la muerte de Harriet |
en las aguas espejas del Serpentine, |
y su espera paciente de sirena |
a que Percy perdiera tino |
en el balandro "Ariel", |
allá en Italia. |
Byron desesperado |
incinero los restos del ahogado. |
Pero el fuego, bien se sabe, |
nada puede |
contra el caudal de mares. |
Y allá se juntaron. |
Ella despojos, |
él cenizas. |