Asterión XXI

Revista cultural

           

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DIDÁCTICA NO ES SÓLO UNA PALABRA

REPLICA A "CONTRA LA DIDÁCTICA" (*)

Por Javier Caramia

    

   Mi intención no es defender a la Didáctica y las razones son, al menos, dos. La primera, porque no me parece malo un debate en torno a ella. La segunda, porque, pese a lo explícito del título del artículo de Alejandro Miroli, la didáctica no ha sido atacada.

   Cuando tomé conocimiento del título me imaginaba algo estimulante intelectualmente, un ataque que cuestionara los fundamentos mismos de la disciplina. O, por el contrario, que se ensañara con los efectos que ha causado ella, o sus más obtusos prosélitos. Creí que la argumentación discutiría la legitimidad de la creación de un nuevo ente: el objeto didáctico. Pero, no. Me encontré sólo con un breve juego con las palabras. No se cuestionó aquello cuestionable. Apenas se nos advierte que ni siquiera existe un objeto a enseñar.

    Podría tal vez adentrarme en la argumentación y establecer si hay o no alguna falla en los razonamientos o la falsedad de las premisas. Podría, también, reparar que la Didáctica como disciplina y no sólo como vocablo, empieza a conformarse con la obra de Komensky o Comenio, Didáctica Magna, por el siglo XVII, con enorme posterioridad a Sexto Empírico.

   Pues no lo haré. Buscaré otro rumbo, no peor creo.

   En primer lugar, yo también traeré un autor “pesado” a quien no puede acusarse de didacta. Se trata de Bertrand Russell, en un ensayo impecable, que jamás me cansaré de recomendar, titulado “Esbozo del disparate intelectual”. Allí, entre otras cosas dice:

Déseme un ejército adecuado, con poder para proporcionarle mejores alimentos y paga de los que recibe el hombre corriente, y me comprometo, en el término de treinta años, a hacer que la mayoría de la población crea que dos y dos son tres, que el agua se hiela cuando se la calienta y hierve cuando se la enfría, o cualquier otra bobada que pudiese parecer servir a los intereses del estado. Por supuesto, aun cuando se hubiesen implantado estas creencias, la gente no pondría la olla en el refrigerador cuando quisiese hacer hervir el agua. El que el frío hace hervir el agua sería una verdad para los domingos, sagrada y mística, para ser profesada en tonos de terror, pero no para actuar conforme a ella en la vida cotidiana."

    Es cierto que en algún sentido la frase anterior parece no tener nada que ver con la discusión acerca de la didáctica. Intentaré conectarla ya mismo. Más allá de que desde el juego verbal pueda llegarse a la conclusión de que no existe la didáctica o ningún objeto, esa “verdad” sería una verdad como la que imaginó Russell: por más que la Didáctica no exista, cualquier profesor hará su “transposición didáctica” en sus clases, con mayor o menor fidelidad al conocimiento erudito, de acuerdo al contexto en el que las desarrolle. Supongamos que triunfara la tesis sustentada en la nota y fuera abolida no ya la didáctica, "que no existiría", sino la palabra misma que designa esa nada y que, por consiguiente, en ningún instituto de formación docente apareciese ni la más mínima mención a la misma, o sólo se la abordara como una de las etapas afortunadamente ya superadas por la razón. Supongamos ese triunfo. ¿Qué harán los docentes con mayor o menor suerte en sus aulas?

   Tal vez, inventen un nombre nuevo para nombrar aquello, que ni siquiera me animo a pronunciar ahora, que fue despojado de su nombre.

   Antes de concluir, me gustaría recordar al amigo Zenón de Elea y sus aporías. Del mismo modo que Sexto Empírico, Zenón logró abolir el movimiento, aunque estoy seguro que pese a que la flecha antes de llegar al blanco debe recorrer la mitad de la trayectoria; y que antes de recorrer esa mitad, tendrá que recorrer la mitad de la mitad; y antes, la mitad de la mitad de la mitad y así hasta el infinito, creo que ni el propio Zenón, ni Sexto Empírico, ni usted, amable lector, se quedará quieto si fuese el blanco de esa flecha.

    Volviendo Sexto Empírico y su pirronismo, tengo entendido que Pirrón llevó su escepticismo al extremo de la coherencia (o de la locura, vaya a saberse) y un buen día, convencido de no poder afirmar nada cierto acerca de nada, hizo algo que sus seguidores, a quienes reprobaría, nunca harán: calló su boca para siempre.   

      

     

(*) Respuesta del autor al ensayo publicado en el número 2 de Asterión XXI: Contra la Didáctica, de Alejandro Miroli.