Asterión XXI

Revista cultural

           

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CONTRA LA DIDÁCTICA

          

Por Alejandro Miroli

    

         

   Esta exposición puede verse como una actualización o puesta en acto de un episodio de la tradición escéptica antigua[1]. Pero mas allá del interés histórico que tal episodio tenga, arroja una mirada crítica sobre la empresa educativa, en particular al sugerir que los pretendidos saberes acerca de las acciones de enseñar y aprender parecen ser saberes acerca de nada, puesto que la investigación escéptica llega al resultado que nada de esto parece existir.

   Contra los Profesores fue el nombre genérico que Sexto Empírico aplicó a una serie de obras que desarrollaban el programa de la zetesis escéptica[2], y en línea con este uso podemos llamar Contra la didáctica a la aplicación del programa pirrónico a la indagación que el propio Sexto hace de la posibilidad del enseñar y el aprender tal cual es desarrollado en HP III 252-273.

   Comienza Sexto su exposición de la didáctica en el marco de una indagación sobre el arte de vivir, así después de examinar y colapsar si el arte de vivir se da en forma natural en los hombres en tanto son hombres –HP III, 250-1- pasa a examinar si tal arte de vivir se da por enseñanza e inmediatamente rechaza esa idea porque “...ni el asunto que se enseña, ni el maestro y el discípulo, ni la forma de aprendizaje...es real <i.e. toda afirmación de su realidad o irrealidad cae bajo el colapso>” -HP III, 252- .  Y ante tal colapso no solo se desmorona cualquier pretensión de enseñar algo, sino que también la pretensión de desarrollar saberes sobre la enseñanza / aprendizaje por cuanto no queda determinado de que cosa estaremos hablando en estos supuestos saberes.

   Sexto comienza colapsando la afirmación de existencia de enseñables (HP III, 252-8) y argumenta así: o lo enseñable es manifiesto y presente inmediatamente a toda conciencia o no lo es [3], pero si es presente en forma manifiesta lo será a todos y en ese caso no deberá ser enseñable. Por otro lado si no es manifiesto sería oculto y en ese caso podría ser falso / no existente o verdadero / existente.  Si lo enseñable no manifiesto es falso / no existente no será nada pues lo falso no tiene entidad y en ese caso nada no es enseñable,  por lo demás si se insistiera que lo no existente es enseñable, esto sería algo, pues lo que se enseña tiene cierta realidad y existe y en ese caso se caería en la contradicción de sostener que lo no existente existe. Del otro lado, lo enseñable no manifiesto puede ser verdadero / existente  pero en este caso no podrá ser enseñable porque se ha mostrado el colapso de todo criterio de verdad[4], lo que lleva a que cualquier cosa que se proponga como verdadera no manifiesta sería indistinguible de su negación que sería falsa con lo que la incapacidad de decidir sobre verdad o falsedad hará que no se pueda enseñar nada verdadero no manifiesto sin caer en contradicción –ya que en este caso tanto ello como su negación serían enseñables-.

   Y si lo verdadero / existente no manifiesto fuera enseñable lo sería como meramente existente o como existente bajo alguna determinación, pero en el primer caso se caería en una petición de principio, porque cualquier cosa enseñable debe partir de puntos de partida existentes no enseñables, pero si fueran enseñables por el mero hecho de ser existentes se caería en contradicción, y si fuera enseñable en tanto lo existente tuviera alguna determinación esta también seria existente y en ese caso su enseñanza sería una petición de principio.

   El colapso de los enseñables lo lleva a exponer el colapso de la afirmación de existencia de quién enseñe y quién aprenda (HP III, 259-265). De las cuatro alternativas de relación entre enseñante-aprendiz se rechazan las que van de experto a experto (por ser redundante) y las que van de inexperto a experto o a inexperto por ser contradictorias, y solo queda como posible relación de enseñanza la que va de experto a inexperto. Pero esta relación no se puede afirmar porque no se puede afirmar que haya expertos o por ende se colapsará la afirmación de que haya quien pueda enseñar. De haber experto, ese tendría que haber llegado a serlo a partir de aprehender un solo teorema o de aprender varios teoremas, pero la primera situación aparece imposible porque ningún arte se podría reducir a un solo teorema, ni tampoco se podría pasar de inexperto a experto por un solo teorema. Ni podría hacerse experto quien tuviera varios teoremas ya aprehendidos de alguna manera[5], y agregará uno más porque no conocerá una regla que le diga que precisamente ese teorema agregado al conjunto de teoremas ya aprehendidos es el que lo vaya a convertir de inexperto en experto,  (cfr. HP III, 262). Por otro lado, si para ser experto se necesita aprehender muchos teoremas: no los adquirirá todos juntos –lo que es imposible- sino desagregados de a uno y en el tiempo, pero de ese modo nunca podría llegar a ser experto, porque si el primero no lo hace experto –como se expuso en el caso de un teorema- el siguiente que se agregue tampoco lo hará y así sucesivamente nunca uno mas lo hará experto en una sucesión continua que forma un sorites[6]. Por demás, la misma idea que un inexperto se torne experto supone una contradicción pues el inexperto al serlo no podrá aprehender ningún teorema porque no podrá reconocer el teorema necesario para ser experto, y si lo pudiera reconocer sería a la vez inexperto y experto lo que es contradictorio.

   Por consiguiente la única relación que parecía sostenible como candidata a ser la relación de enseñanza –la que va del experto al inexperto- se manifiesta imposible porque entra en colapso la afirmación de existencia del experto y por ello al no haber ninguna relación que pueda instanciar la enseñanza, la afirmación de ésta también entra en colapso.

   La apretada exposición anterior –que ordena un poco la redundancia de la versión de Sexto Empírico- introduce tres argumentos centrales que ponen en colapso la afirmación de los términos de las relaciones de enseñanza y aprendizaje:

-I. Que algo aparezca enseñable no distingue entre la verdad o la falsedad, i..e. dado un conjunto de proposiciones C, podemos enseñar C a un aprendiz, pero también podemos enseñar un conjunto no-C que esté formado por la negación de cada proposición de C y  en ese caso desde C podremos determinar la aprendibilidad de C o y la no aprendibilidad de no-C, pero al mismo tiempo desde no-C podremos hacer lo mismo, con lo cual la aprendibilidad no traza diferencia, i-.e- se puede enseñar lo inexistente o literalmente se puede enseñar nada. Y si a esto le sumamos el colapso general de todos los dogmas, entonces cualquier conjunto de proposiciones será indistinguible de su complemento y ambos serán tan enseñables o tan poco enseñables sin distingo de su verdad o falsedad. 

-II. El conocimiento de algo exige que conozcamos reglas de reconocimiento de ese algo, i.e. meta reglas que supongan una pre-comprensión que permita comenzar un proceso de aprendizaje, pero tales reglas son indeterminables ya que cualquier conjunto de teoremas dado, es compatible con reglas contradictorias entre sí, y si alguien dice que tiene una regla R que determina que el conjunto de teoremas C es el que lo hará experto –aquella regla que pide en HP III, 262- otro podría aducir una regla no-R que sea compatible con C pero que agregue a éste la negación de los demás teoremas y esta regla –contradictoria con R- lo hará igualmente experto, con lo que se colapsa la apelación a meta reglas que pudieran determinar qué es lo que nos hace expertos.

-III. El argumento del sorites señala que los límites entre inexperto y experto son convencionales y dependen de decisiones que no se pueden justificar de ninguna manera apelando a algún supuesto conocimiento sobre el aprendizaje y la enseñanza ya que esto nos precipita a situaciones que caen bajo los tropos de Agripa v.g. la enseñabilidad del conocimiento necesario para trazar la diferencia entre inexperto y experto supondría un regreso infinito a previas distinciones entre preexpertos y preinexpertos y así sucesivamente, y por consiguiente estas decisiones no justificables no configurarán conocimiento y solo podrán trazar diferencias a partir de situaciones de poder.

 

   ¿Cuál es el balance de la zétesis escéptica sobre la educación? Si cualquier pretendida disciplina que intente determinar quién es experto y quien no, se aplicará tanto a lo verdadero como a lo falso, y no hará diferencia entre ello, si no podrá ofrecer ningún conjunto de reglas que determinen un saber que sea enseñable o no pues cada regla será indistinguible de su negación, y si las decisiones que ofrezca esta pretendida disciplina sólo se podrán tomar como ejercicios de poder, es claro que cualquier cosa que estas disciplinas sean no serán conocimiento de ninguna forma, mas allá de meros conjuntos de instrucciones a la manera de las artes que el propio escéptico acepta como inevitable.   

 


[1] Por tradición escéptica nos referimos en general a corrientes de pensamiento que surgen en el mundo clásico y que abarcan el pirronismo antiguo –Pirron de Elis (circa 365/0-275/0 a.n.e.), Timón de Fliunte (circa fin siglo IV-270 a.n.e.)-, los novo académicos –Arcesilao de Pitane (316/5-241 a.n.e.), Carneades de Cirene (219-119 a.n.e.), Clitomaco de Cartago (circa 187-109 a.n.e.) y Filón de Larisa (circa 150-100 a.n.e.)- y los neopirronicos o escépticos empíricos –Enesidemo de Cnosos (circa s.I a.n.e.), Agripa (circa 150-100 a.n.e.) y Sexto Empírico (circa 150-220 era común)-.

[2] Zetesis es el nombre de la investigación que efectuaron los pirrónicos sobre diversas disciplinas dogmáticas, v.g. la retórica, la lógica, etc. En cada caso la labor del pirrónico era contraponer dogmas–afirmaciones hechas y asumidas como verdaderas acerca de la naturaleza real de las cosas o validas acerca de los valores morales o estéticos- opuestos sostenidos efectivamente por los dogmáticos u ofrecidos por el como alternativas a dichos dogmas hasta llegar al colapso de cada dogma, i.e. constatar sobre la base de tales oposiciones que no se presentaba ningún criterio ni posibilidad de decisión acerca de la verdad / falsedad o validez / invalidez de un dogma o su opuesto  (cfr. Sexto Empírico, Esbozos Pirrónicos,  Editorial Gredos, Madrid .1993, en adelante HP y el numero de libro y párrafo, esp. HP I, 8, 12, 31, 98, 196). Si bien la exposición que hace Sexto muchas veces tiene una forma nihilista –del tipo no existe esto o lo otro-, no debemos confundir a un escéptico con un nihilista pues el primero llega sin proponérselo a colapsar los juicios de existencia o inexistencia de algo, mientras que el nihilista se propone afirmar dogmáticamente la inexistencia de algo.

[3] Para el escéptico existe un orden manifiesto que se le aparece a una conciencia sin que esta lo busque y sin que esta pueda eludirlo, un orden que se muestra simplemente como algo que esta allí y no se va; entre tales criterios Sexto menciona las capacidades de sentir y pensar, el apremio de las pasiones, el legado de las leyes y costumbres y las instrucciones operativas de las artes (HP I, 23-4).   

[4] El análisis escéptico muestra que  todo intento de proponer un criterio de verdad que permitiera distinguir entre una proposición y su negación -y que de ese modo permitiera superar el colapso de dicha proposición- también cae en colapso.  En particular el colapso de los criterios lo produjeron los llamados tropos de Agripa –los tropos de señalan que o hay discrepancia perpetua de dogmas o hay regreso al infinito de un dogma a otros que lo justifique y así sucesivamente o hay circulo vicioso o hay petición de principio justificador no justificado o hay dependencia de algo lo que hace que cualquier justificación siempre sea condicionada (cfr. HP I, 164-177). 

[5] El escéptico rechaza la aprehensión de dogmas acerca de lo no manifiesto (cfr. HP I, 192 donde se señala que la no aprehensión es la no afirmación el no rechazo de afirmaciones sobre lo no manifiesto) pero  por mor de argumento se puede aceptar que el supuesto experto tenga aprehensiones, aun y así se mostrará que no se presentan expertos y que se colapsa la afirmación de existencia del experto.

[6] El argumento del sorites es conocido como el argumento del calvo: si a una persona le saco un pelo esto no la hará calva, y si le saco el siguiente esto no la hará calva, entonces procedo a sacarle cabellos y nunca llegará a ser calva. En general la aplicación de este argumento señala el carácter no mecánico de los criterios que se emplean para determinar situaciones que poseen una vaguedad no eliminable.