LA MEMORIA Y EL CINE POLÍTICO |
por Jorge Vigo |
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El cine, narración
en imágenes
de una historia, se sustenta en la visión
mediatizada por la cámara.
El ojo, la cámara
y el cerebro como una trilogía
indisoluble que otorga sentido a la narración.
La
memoria se ejerce también
en el cine. Es el cine denominado político
el que se encarga de dar cuenta del goce de recordar a través
de las imágenes.
Los directores de cine político
deben ser considerados no solo
como artistas, sino también
historiadores. Ellos contribuyen con sus películas
a contar la historia. Este tipo de cine -en verdad todo cine- crea la ilusión
de que el espectador es un testigo privilegiado de los acontecimientos.
En realidad el director manipula la narración
con los movimientos de cámara
y el montajista hace lo propio recortando, armando y ordenando los fotogramas.
Esto es así
porque al director le interesa lo sucedido pero también
contar una historia con una determinada estructura, sobre
todo esto último.
El
cine político
se debate entre el drama y el documental. La memoria se ejerce en
similitud entre esos dos tópicos.
Así como la memoria es una interpretación
del pasado, el argumento esencial de todo cine político
es que es una interpretación
de la historia.
La
memoria y el cine político
construyen sentidos porque esa es su función,
puesto que no hay historia sin relato de la misma; desde esta
perspectiva memoria y cine confluyen en el sujeto-ojo que interpreta y
ve. Así,
el cine político
se constituye en reflexión
estética
sobre el pasado, la memoria surge como reflexión
ideológica
que produce la identificaron
con el espectador.
De
acuerdo con Hayden White el cine político
es un complemento de la historiografía
porque es la representación
de la historia y de nuestras ideas políticas
narradas a través
de imágenes
visuales y un discurso fílmico.
Por eso define al cine político
como "historiofotia".
Ejercer
la memoria en los márgenes
del poder es crear un
contrapoder, de la misma manera el cine político
elabora un contrapoder simbólico
y discursivo al extraer sentidos y definir valores. La identificación
del espectador se produce, no solo por la narración
visual, sino también
por la liberación
de deseos colectivos reprimidos: discursos que el sujeto toma y hace
propios porque se ubica en el espacio que el cine político
diseña y construye una particular relación
de autonomía-heteronomía
dada por la reinterpretación
de lo visual que hace la persona.
El
cine político
restaura y reivindica la historia en
el
sujeto, le da la imagen que vincula pasado y memoria. Allí
reside la diferencia con el discurso del poder que busca instaurar el
olvido como argumento de la historia y se presenta como indiscutible.
La
memoria es la polémica
contra ese poder-olvido y el cine político
adquiere su sentido al mostrar-exponer imágenes
de lo que se quiere silenciar. Algunos pocos ejemplos de axiológica visual o cine político son: El acorazado Potemkin(1925) de Sergei Eisenstein, Roma, ciudad abierta (1945) de Roberto Rosellini, La batalla de Argelia (1966) de Gillo Pontecorvo, Z de Costa-Gavras (1968), Danton de Andrzej Wajda (1982) y Novecento de Bernardo Bertolucci (1976) |