DOXA |
El reino de la Opinión |
Esta Sección está consagrada a la Opinión
en su lado público. Aquella opinión que expresa juicios morales,
juicios que lamen el costado político de nuestros espíritus. No es Episteme. La Doxa muda y
es blanco de disenso. Los juicios que aquí se estampan son de valor,
sin que nada pruebe su exactitud. No hay una única verdad política y
la comprensión de la sociedad y sus relaciones acá se muestra plural.
Pretendemos que la opinión no sea compra
de discurso ni costumbre establecida. La queremos pública y
racional.
Doxa es un espacio de
debate tan amplio como cada uno de nosotros se atreva a concebirlo. |
¿Crisis perpetua o estructura fragmentada? |
Nota sobre una idea que expone Juan José Saer (1) |
por Alejandro Miroli |
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La Argentina vive una situación que no
presenta antecedentes en el pasado: una combinación de pésimas gestiones
públicas, con la convergencia de series de abusos sociales generales, que
suponen una masiva transferencia de recursos de toda la sociedad hacia
sectores sociales que emplean los recursos de gestión para blindar y
expandir sus intereses (y en particular a la aparición de una clase política,
de magistrados, funcionarios y legisladores que se tornan en clase social,
que vive de la explotación de toda la sociedad).
Vivir esta situación
y querer entenderla para superarla, nos lleva a a entender sus efectos
sobre las diversas áreas de la experiencia humana, repensar todo, y al
mismo tiempo a poner en tela de juicio todas las certezas adquiridas,
hasta generar una nueva visión de la realidad. En esa dirección, una reciente nota de Juan
José Saer se propone examinar sus efectos en la literatura[1].
En ese trabajo Saer sostiene que “... en un terreno de violencia mas o
menos explícita, floreció la literatura argentina. La materia misma de
nuestros clásicos es la violencia política.” Y este clima se debe, según
apunta Saer, a que “...la sociedad argentina, desde sus orígenes, a
causa de lo que podríamos llamar, paradojalmente, un constante estado de
transición, de desequilibrios estructurales demasiado visibles, que
se ahonda y se perpetúan, se ve obligada a administrar continuamente la
violencia, sin lograrlo nunca del todo”.
Saer intenta explicar que la situación vigente a la fecha no
vulnera ni torna vacua la tarea del escritor, sino que esta se reconoce en
la situación de crisis permanente, de administración o fracaso en la
gestión de la violencia que irrumpe en las interacciones sociales como
expresión de demandas no satisfechas y siempre engañadas. A través de
una breve revisión de ciertos autores (tal vez los que integran el canon
de la literatura argentina) muestra como en la violencia, el conflicto,
las tensiones “...la tradición literaria se forjó siempre
en muchos casos hizo de ellos su material...” y a tal punto que
“hoy solo siguen siendo legibles aquellos que se aventuraron en la selva
de esos conflictos y fueron capaces de forjar a partir de ellos su propia
tradición”. Así Saer vincula (i) tradición literaria permanente y
(ii) carácter de
inestabilidad endémica, perpetua con conflictos sociales latentes de la
nación en la que esa literatura se escribe.
Podemos ir, de hecho lo hace nuestro autor, desde esa realidad
mutante, magmática hacia la literatura argentina, para entender como esta
ficcionaliza o escribe tal realidad, pero también podemos hacer el
movimiento inverso. Si la tradición se arma sobre la expresión de esa
realidad magmática y mutante, podemos acceder a ella, conocerla y operar
cambiándola, desde la propia tradición y ejercicio literario. Y esta
tradición nos brinda una herramienta crítica, que es independiente de la
vocación de sus autores, una herramienta que propongo caracterizar en términos
de la oposición entre lógica sólida
y lógica fluida[2]. Pensemos en una estructura de hormigón
armado. Es el paradigma de cosa sólida, permanente, que no tiene
problemas; y pensemos un derrumbe de la estructura. Es una crisis en su
historia como objeto material, algo que no debió ocurrir, si la
estructura hubiera estado bien hecha, es una anomalía. Así la caída
supone una singularidad, un evento único y extraordinario, un hecho no
estadístico en la historia del sistema de relaciones entre vigas y
columnas de hierro y hormigón armado que llamamos el edificio. Esto puede
pensarse como un ejemplo de la lógica
sólida: un sistema de conceptos armado en torno a las nociones de
continuidad estadística, estructura, perduración, orden, estabilidad,
permanencia/singularidad, discontinuidad no estadística, linealidad/no
linealidad, normalidad/anormalidad, serie causal, etc.
Pensemos ahora en un organismo que se
reproduce en el ambiente: debe planear tareas que no siempre completa y
reaccionar ante cambios abruptos y sin dirección del medio, tiene una
cierta programación innata, pero esta alcanza para configurar su conducta
que se hace en función de las variaciones del medio, e incluso que deja
un margen para la improvisación en sus adaptaciones, tal vez no él pero
si sus sucesores. Este pequeño modelo nos ofrece un caso de lo que se
puede llamar una lógica fluida: un sistema de conceptos armado en torno a las
nociones de cambio, sucesión no direccional, caos, multilinealidad,
permutación, interacción funcional, dependencia funcional,
acontecimiento, homeostasis, etc. Importada de la mecánica racional, y
atrapada en el éxito que esa teoría tuvo desde su enunciación por I.
Newton, la lógica sólida, ofreció el paradigma de racionalidad científica.
En esta lógica, la noción de orden/normalidad/estabilidad se impuso como
la principal herramienta analítica tanto para conocer un sistema real
como para intervenir en este. Así las políticas debían ser de
estabilización, o antricrisis, y todo aquello que estuviera fijado en
instituciones jurídicas, en la medida que esto era sinónimo de orden,
debía ser mantenido a rajatabla, así todo quedaba fijo: regímenes de
jubilaciones especiales, estatutos gremiales, organización de
instituciones públicas y privadas, distribución de competencias
estatales profesionales, formas de administración territorial, etc., todo
solidario de una razón lógica sólida que actuaba como infraestructura
ideológica del sistema de representaciones y de imaginarios de la
sociedad toda. Podemos tomar la idea que presentamos al
comienzo: si la política constitucional, el derecho público, el derecho
administrativo, la teoría económica y los programas de tantos
economistas abrevan y se refuerzan en la lógica sólida, la literatura,
no solo los textos escritos sino el mundo social e histórico que estos
textos nos brindan abreva y se refuerza en una lógica fluida. En la medida que –como señala Saer- la
tradición literaria -más allá de sus incontables querellas de escuela-
está unida por la pertenencia a un destino común: ser
argentina, esta unión no será la exposición de una esencia
social o nacional, sino la exposición de una trama de interacciones entre
biografía personal, sociedad y texto; trama que varía de biografía a
biografía, de sociedad a sociedad y de texto a texto. Y lo único que
tienen en común es aquello que Saer señala de la sociedad argentina: la
crisis latente, el carácter mutante, el constante estado de transición y
la necesidad de pensar y actuar desde categorías fluidas. Así la
literatura argentina no solo está ella armada sobre la lógica fluida,
sino que expone el carácter fluido de la realidad, y la necesidad de
pensar y actuar sobre esta desde estas categorías. [1]
Cfr. “El escritor argentino en su tradición” La
Nación Cultura, 28/07/02 [2] Las nociones de lógica sólida y lógica fluida, y las categorías de cada una de ellas, recorre la totalidad de la obra del filósofo Florencio González Asenjo, llegando incluso hasta dar expresión algebraica a algunas de estas. Dado el carácter de esta nota, es innecesaria una exposición mas técnica de estos temas. |
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