EVA PERON, EL IMPERIO Y LA MULTITUD |
por Carlos A. Casali |
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Uno de los aspectos sobresalientes de la situación
política actual es el de la declinación de los estados nacionales como
centros de soberanía. Esta situación crítica de la soberanía estatal
ha sido señalada abundantemente en la producción
de la filosofía política de los últimos años[i]
y es tanto más evidente cuanto más alejados están esos estados
nacionales de los centros hegemónicos del poder mundial. Dicho en otros términos,
la situación política actual de las naciones
periféricas se caracteriza por una fuerte incapacidad de la
institución estatal para constituirse en centro de soberanía.
Concurrentemente, las formas democráticas
de gobierno, al carecer de un ámbito de consensos que permitan
legitimar, más allá de lo formal, las decisiones colectivas, van
perdiendo el valor sustantivo que deberían tener en cuanto garantes del
bien común. Garantía de valores compartidos que el estado nacional
soberano pretendía no sólo representar
en la escena política con el
mero hecho de su existencia institucional sino, más aún, realizar y concretar en
cuanto expresión efectiva y eficaz de una voluntad común. Esta crisis
de los estados nacionales como actores protagónicos de las decisiones
colectivas suele ser atribuida a una serie de factores convergentes que,
en términos generales, identificamos bajo el nombre de globalización.
Fenómeno multiforme cuya naturaleza ambigua permite contextualizar una
diversidad de hechos. Crisis de los estados nacionales en cuanto
localizaciones territoriales del poder político y redefinición de un
espacio desterritorializado de poder global (que no es sólo ni en primer
lugar poder político, sino
poder militar, económico, ideológico, cultural, etc.). N. Bobbio
plantea en un texto muy difundido[ii]
que el significado del término "estado" sólo resulta accesible
si se lo articula con el significado del término "sociedad
civil" dentro de la pareja dicotómica sociedad
civil/estado (cf., p. 39). Así, de la crisis de los estados
nacionales en cuanto formatos institucionales del poder político que son
típicos del período moderno de la historia occidental, cabría
inferir una consecuente reestructuración de la sociedad civil[iii].
De esta manera, la visión posmoderna del escenario político, coincidente
con la expansión del capitalismo global, suele atribuir a las
instituciones de la sociedad civil y a sus actores un protagonismo del que
carecían en la anterior etapa histórica. En la sociedad civil se operaría
el relevo de los valores comunes (la solidaridad, el altruismo, la
participación) que antes se expresaban a través de la acción pública
estatal. En síntesis,
si planteamos la crisis de los estados nacionales de los países periféricos
junto con el evidente deterioro de la dinámica institucional de sus
formas democráticas de gobierno en términos de corrupción
de lo político (y no de sólo
de los políticos, aunque lo uno
no niegue la existencia de lo otro, sino que más bien lo implica) y,
concurrentemente, el resurgimiento o afirmación de la sociedad civil en términos
de progresiva y generalizada desconfianza hacia toda forma de representación
política (y no sólo de ciertos representantes), tenemos ante los ojos el
panorama de nuestra situación política en los últimos diez años. Menos estado, más sociedad civil. Ahora bien,
en este cuadro de situación, hay algo que no funciona convenientemente.
Lo que me propongo en este artículo es prestar un poco más de
atención a aquello que por parecer más evidente suele pasar inadvertido.
Lo obvio es aquí el significado de aquello que entendemos por sociedad
civil. Y es lo obvio porque la sociedad civil somos, aparentemente,
nosotros mismos en cuanto nos comprendemos como integrantes de un
colectivo nacional. Pero, como digo, propongo dudar de esta obviedad. En el texto
que mencionábamos más arriba[iv],
N. Bobbio presenta una genealogía conceptual del término “sociedad
civil” que entronca, por el lado de su etimología, con el término
latino cive y su traducción en
la lengua de los filósofos alemanes burgo
y, por el lado de su significado político, con “la esfera de las
relaciones sociales que no está regulada por el estado” (p. 39). Ahora
bien, antes de llegar a esta significación actual, la tradición
iusnaturalista identificaba la sociedad civil con la comunidad política,
contraponiéndola a la sociedad natural[v];
estableciéndose entre una y otra forma de la sociabilidad, la natural
y la civil o política, una diferencia fundamental: la sociedad civil se
caracteriza por su capacidad de institucionalizar las voluntades
individuales en una voluntad colectiva. Resultará precisamente esta
capacidad de agregación la que será puesta en duda por los hechos
primero y por las teorías después, cuando el desarrollo de las
sociedades industriales muestren que la institucionalización de una
voluntad colectiva planteada en esos términos (como agregación de
voluntades individuales) carece de la organicidad que el concepto de
estado supone (tal es la crítica que Hegel hace al iusnaturalismo[vi]).
Así, en términos de la crítica marxiana, la sociedad civil de la
tradición iusnaturalista termina identificándose con lo que ésta
comprendía como sociedad natural; ambas tienen
como sujeto al “hombre egoísta”. La sociedad civil descripta
por Marx es la sociedad dividida en clases antagónicas. Retengamos por el
momento la siguiente afirmación: la sociedad civil es la sociedad
burguesa (el sistema de las
necesidades de Hegel, el ámbito de las relaciones producción
descripto por la Economía política). La otra
vertiente semántica del término sociedad civil surge de asimilar civil
a civilizado. Así, el concepto de sociedad civil en cuanto sociedad
civilizada refuerza la idea de una construcción social que deja atrás,
como cosa del pasado, a la sociedad primitiva y natural. Esta vertiente es
la que está más próxima a la realidad histórica de los países periféricos.
Este concepto de sociedad civil fue planteado en forma emblemática por
los organizadores del estado argentino a partir de la segunda mitad del
siglo XIX bajo la clara disyuntiva de civilización
o barbarie. La reconfiguración
de la sociedad tradicional en términos de civilización de la barbarie
para dar paso a una sociedad civil capaz de sostener la funcionalidad
democrática del estado moderno fue emprendida desde el propio estado como
una precondición de su propia existencia. “Utopía –sostiene Alberdi
en Bases- es pensar que podamos realizar la república representativa [...]
si no alteramos o modificamos profundamente la masa o pasta de que se
compone nuestro pueblo hispanoamericano”[vii].
Afirmaciones similares pueden ser encontradas en Sarmiento y forman una
suerte de tópico indiscutido de las teorías políticas triunfantes en
Caseros: la organización definitiva del estado nacional sólo será
posible sobre la base de una sociedad civil estructurada en términos de
modernidad, es decir, de civilización. Los medios empleados para llevar
adelante esta empresa son conocidos: la inmigración masiva y el
exterminio del aborigen. Hay que incluir también entre estos medios de
civilización a los programas de instrucción pública difundidos
masivamente a partir de l853, ya que, “un pueblo ignorante siempre votará
a Rosas” (Sarmiento dixit). A
través de estos medios fue posible, en un tiempo relativamente breve,
transformar la masa de un pueblo
en una sociedad civil, es decir,
en un sujeto capaz de trabajar en las nuevas condiciones que imponía el régimen
de producción industrial capitalista y capaz de obedecer racionalmente a
la ley impuesta por el estado (de derecho). Adviértase que, el análisis
crítico que aquí hacemos de las concepciones antropológicas de los
padres fundadores respecto de la inferioridad “natural” del hombre
hispanoamericano, no tiene en estas notas una intención polémica sino
meramente descriptiva. Se trata de poner en evidencia que la construcción
del estado nacional supone la correlativa organización de la masa popular
en sociedad civil (burguesa y civilizada). De manera
que, si la sociedad civil no somos inmediatamente nosotros mismos sino que
lo somos por la mediación del estado que activamente reorganiza sus bases
de sustentación y sus posibilidades de funcionamiento ¿cómo impacta la
crisis de los estados nacionales sobre la sociedad civil? ¿qué
transformaciones de la sociedad civil son correlativas y complementarias
de esa crisis del estado? Quienes hayan
llegado a este punto en la lectura, tal vez tengan la paciencia suficiente
como para considerar la tesis que se va a presentar a continuación, tesis
en la que se involucra a Eva Perón junto con el concepto de multitud
elaborado por Hardt y Negri en Imperio[viii]. La tesis es
la siguiente: el persistente y reiterado fracaso de la democracia
argentina (y la de los países periféricos en general) tiene su origen en
la recurrente actividad de ingeniería social que pretende hacer encajar a
los pueblos dentro de los moldes de una sociedad civil cuya pauta de
organización no responde a la lógica intrínseca de su desarrollo histórico
real (además de encubrir las relaciones de dominación y explotación que
son constitutivas de la sociedad civil en cuanto tal). El instrumento más
frecuentemente utilizado para tal ingeniería fue el estado autoritario
(de facto o de derecho, preferentemente el primero). Hoy, sin que las
funciones represivas del estado nacional hayan dejado de actuar (mientras
escribía estas notas, en las calles de Avellaneda, eran asesinados por
balas policiales dos manifestantes piqueteros mientras participaban de una
jornada de reclamos y protestas), el instrumento privilegiado para
realizar esta función de ingeniería social es el mercado global, detrás
de cuya racionalidad administrativa se ocultan los intereses de los países
centrales y sus estados nacionales. No se trata entonces de la crisis de
un estado que no puede ya tomar decisiones colectivas que aseguren el
funcionamiento adecuado de la sociedad civil, sino que, concurrentemente,
lo que se pone en evidencia son las limitaciones que el formato
organizacional de la sociedad civil supone respecto de los intereses
colectivos (populares). Al formular
esta tesis, no pretendo desconocer la lógica del antagonismo de clases
sociales que organiza y tensiona la sociedad civil y los intereses de
clase que se expresan en el poder estatal como instrumento de dominación
política. Lo que la tesis presenta es la sobredeterminación que la dinámica
pueblo/sociedad civil opera sobre la dinámica de clases en el seno de la
sociedad civil y en la articulación de ésta con el estado. Todo ello a
su vez sobre el contexto general de las relaciones estructurales de
dependencia que caracterizan nuestra historia desde el origen. Ahora bien,
Eva Perón tiene en la historia argentina el valor simbólico de expresar
todo aquello que es marginal a los valores socialmente aceptados y
dominantes, aquellos valores que constituyen el núcleo de una
“genuina” sociedad civil. En cuanto expresión de esa marginalidad múltiple
(“hija natural en un país y en una época en que los apellidos eran
sagrados, provinciana en una gran capital, pobre en un país de ricos, y
finalmente mujer en una sociedad hecha por hombres y para hombres”[ix]) Eva Perón adquiere un
segundo valor simbólico: el de la militancia. ¿Qué valor político
simboliza hoy, en la crisis de los estados nacionales, la militancia? Con este título
–El militante- se cierra Imperio[x].
Allí el militante es caracterizado en los siguientes términos: “Hoy,
el militante no puede pretender ser un representante, ni siquiera de las
necesidades humanas fundamentales de los explotados. [...]
La militancia de hoy es una actividad positiva, constructiva e
innovadora” (p. 373). Expresando
militantemente todo aquello que es marginal a la sociedad civil el símbolo
Eva Perón tiene la actualidad de lo que es históricamente real; es
decir, de aquello que no puede ser silenciado o reprimido sin ejercer
violencia; aquello que, más tarde o más temprano, habrá de manifestar
su reclamo de justicia. Expresa el poder afirmativo de las multitudes
populares, de aquella masa o pasta que los organizadores del estado nacional querían –y
quieren recurrentemente- transformar en sociedad civil sin lograrlo nunca
plenamente porque, en ese poder afirmativo hay algo duro que resiste, como
lo real resiste al concepto. Dicho de otra manera, no se trata de la
expresión de una marginalidad que resiste y lucha por ser incluida en una
sociedad civil de contornos demasiado estrechos o de parámetros
distributivos demasiado desiguales y por lo tanto injustos, sino, más
profundamente, del poder constituyente de una realidad histórica que
busca nuevas formas sociales e institucionales de realización. Tal es el
concepto, sin duda polémico, de “multitud” que Hardt y Negri
presentan en Imperio[xi]:
“El mando imperial no produce nada vital ni nada ontológico. En la
perspectiva ontológica, la autoridad imperial es puramente negativa y
pasiva.[...]
El poder imperial es el residuo negativo, la línea de repliegue de la
operación de la multitud; es un parásito que extrae su vitalidad de la
capacidad que poseen las multitudes para crear siempre nuevas fuentes de
energía y valor” (p. 329). [i] Para una presentación general del tema cf. GARCIA DELGADO, D, Estado-nación y globalización. Fortalezas y debilidades en el umbral del tercer milenio. Bs.As., Ariel, 1998. Una opinión decididamente divergente sobre este punto es la que sostiene A. Boron en un libro recientemente publicado, Imperio & imperialismo. Una lectura crítica de Michel Hardt y Antonio Negri, Bs.As., CLACSO, 2002. El argumento que presenta Boron es que resulta necesario diferenciar entre la dinámica histórica de los países centrales y la de los periféricos. Mientras que la tesis de la crisis de los estados nacionales se cumple sólo para los segundos, los primeros, en cambio, han fortalecido sus estructuras en los últimos años de prédica ideológica neoliberal antiestatista (cf. cap. 5). [ii] BOBBIO, N., Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, México, FCE, 1989. [iii] Para un desarrollo muy amplio de este tema cf. COHEN, J.L. y ARATO, A., Sociedad civil y teoría política, México, FCE. 2000. [iv] BOBBIO, N., op.cit., cap.II, “La sociedad civil”. [v] Cf., por ejemplo, LOCKE, J., Ensayo sobre el gobierno civil, cap,VII, “De la sociedad civil o política” [vi] Cf. HEGEL, G.F, Filosofía del derecho, f 258. [vii] ALBERDI, J.B., Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, f 30. [viii] HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Bs.As., Paidós, 2002 [ix] SEBRELI, J.J., Eva Perón ¿aventurera o militante?, Bs. As., La pléyade, 1971 [x] HARDT, M. y NEGRI, A., op.cit. [xi] Para una interesante polémica respecto de Imperio, cf. el texto de Boron citado en nota i. Se podría resumir la crítica de Boron en dos puntos principales: al plantearse el imperio como estructura cuasi metafísica de dominación, se desconoce la realidad actuante del imperialismo (que es la dominación que un estado nacional ejerce sobre otros). Al abandonarse el método dialéctico del análisis social en términos de lucha de clase y reemplazarlo por el concepto vago de multitud, se priva a la acción política transformadora de su base de sustentación real. |