TR |
WAGNER |
por Diego
González Pardo |
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Emil Ciorán |
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N. Z. |
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“Ya
que nunca he sentido la verdadera felicidad del amor, pretendo erigir un
monumento al más bello de los sueños, un monumento en el que este amor esté
saciado convenientemente de principio a fin; he concebido en mi mente Tristán e
Isolda, la más simple pero también más viva creación musical”.
Wagner escribió esto a su amigo y confidente Franz Liszt en diciembre de 1854.
Se encontraba en Zurich, exiliado a causa de sus actividades revolucionarias
durante el levantamiento de Dresden en 1849: Había escrito las letras de las
cuatro partes del Anillo, había compuesto en su totalidad El Oro del Rin y estaba trabajando en el acto final de La
Valquiria, pero como siempre estaba escaso de dinero, y las perspectivas de
ver El Anillo interpretado eran muy
lejanas; de hecho, habrían de pasar otros 20 años para que el ciclo fuese
completado, y 22 para su escenificación.
Tristán
fue concebida como una obra práctica, con pocos cantantes y corta duración.
Sin embargo Wagner, siguió componiendo los dos primeros actos de Sigfrido antes de que la extrema necesidad de componer Tristán
le instase a dejar aparte aquella ópera y poner todo su empeño en este
nuevo proyecto.
Había
mucho que investigar, ya que la leyenda de Tristán existía en diferentes
versiones que se remontaban a los comienzos de la Edad Media. Wagner quería
desenterrar de entre una enorme cantidad de complicadísimas tramas el núcleo
de la historia, concentrándose exclusivamente en lo que consideraba esencial.
El
libreto resultante es una obra maestra de la estructura dramática, con cada
acto conduciendo a su propio clímax, con una economía y una fuerza casi
inigualables en cualquier otro texto de la historia de la ópera.
LA REVOLUCION DE TRISTAN
“Pero
aún hoy busco una obra que posea una fascinación tan peligrosa, una infinitud
tan estremecedora y dulce como el Tristán, -en vano busco en todas las artes.
Todas las cosas peregrinas de Leonardo da Vinci pierden su encanto a la primera
nota del Tristán.” F.
Nietzsche
Cuando
compuso Tristán e Isolda, Wagner no
tenía ninguna intención de provocar una revolución musical. El hecho de que
desarrollase para esta obra un nuevo lenguaje musical fue resultado de su
necesidad de expresar estados de ánimo nunca antes descritos en música o
drama.
El
objetivo de Wagner era describir un amor tan ardiente que se sacrificasen ante
él todos los valores mundanos, no por capricho sino por la voracidad de su pasión,
que lleva a Tristán e Isolda a traicionar al rey Mark, soberano de Tristán y
prometido de Isolda, y conduce a los propios amantes a desear
la muerte.
Para
comunicar este estado, Wagner provocó en primer lugar una revolución en la
armonía. llevando el cromatismo musical a extremos insospechados. Los compases iniciales del Preludio (el grupo de cuatro notas mas analizado de la historia de la Música) consiguen crear una atmósfera de tensión de la que parece no haber descanso. La primera frase, violonchelos ascendentes seguidos de acordes cuya resolución es ambigua -el famoso acorde Tristán- se repite tras un largo silencio, eliminando Wagner cualquier fundamento sobre el que podamos descansar, o tener expectativas de encontrar. Y así continúa durante toda la obra, de forma que nosotros, igual que sus personajes, estamos en estado constante de agitación e insatisfacción. |
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De
acuerdo al compositor francés Vincent D´Indy, su colega Emmanuel Chabrier
comenzó a sollozar al oír en Bayreuth la primera nota de Tristán
e Isolda. La persona que estaba sentada a su lado le preguntó si
se sentía bien, a lo que Chabrier respondió entre gemidos: “sé que
es estúpido, pero no puedo remediarlo; he esperado durante diez años de mi
vida para escuchar ese LA de los
violoncellos”.
Pero
en esta obra de desestabilización Wagner utilizó también otros métodos.
La
variedad de colores orquestales explorados es inmensa, y muchos de los momentos
más cargados del drama se caracterizan por los asombrosos sonidos de una
orquesta colosal utilizada de forma extraña. La instrumentación de Wagner da
la impresión, en los momentos clave, de que también podemos abandonar este
mundo. Otro elemento de crucial importancia es la escala en la que opera Tristán. Con anterioridad se habían escrito obras igual de largas, o casi, como es el caso de muchas óperas de Haendel. Lo que hace que Tristán sea tan exhaustiva es que no hay división dentro de las arias, coros, etcétera. Wagner se consideraba a sí mismo sucesor de Shakespeare, y hasta cierto punto estaba en lo cierto. Pero Tristán esta organizada de forma mucho más firme.
Wagner
impone a la obra una estructura de acero: esta tan rígidamente organizada como
cualquier sinfonía de Beethoven. Como dijo Richard Strauss, “Wagner
tenía que tener la cabeza muy fría para componer el dúo amoroso”.
El
control absoluto de los recursos de armonía y color orquestal, combinado con el
erotismo desbocado de Tristán, nos aseguran desde los primeros compases que el
mundo en el que vamos a entrar es un mundo arrasador. Wagner nos invoca desde la piel, desde una sensualidad que nos invade nota a nota, desde lo turbulento del deseo: la fatalidad del amor, involuntario, irresistible y eterno, que lo coloca por encima de todas las leyes.
Es
difícil olvidar aquel momento en que el Tristán del romancero exclama:
“Juntóse boca con boca/ Allí se salía el alma”. De este
unamuniano salirse del alma se trata. De ese misterio estructural que hace de lo
más orgánico del hombre biológico un querer siempre, un deseo que nace en la
piel y va mas allá de ella.
Ciertamente,
por esta exacerbada victoria del sentimiento sobre la razón, Tristán
e Isolda puede ser alabada o vituperada como la obra más representativa del
singular humanismo wagneriano; porque guarda la llave de la puerta que nos asoma
al insondable abismo de la noche, al profundo misterio de nuestra intima y
oculta naturaleza.
Por
eso esta obra, que tan altas puso las ambiciones del arte, es eternamente
fascinante, y a menudo, realmente peligrosa.- |
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