UN RELATO MEDIEVAL |
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por Diego Ribeira |
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Existe
una época en la historia del hombre a la que cierta inquina posterior del
sujeto renacentista consideró misteriosa por su oscuridad, negadora de la
grandeza clásica y reacia a los cambios que introducía dicho sujeto,
ahora nuevo, dinámico y devoto del poder constructivo de la razón. Esa
época que injustamente ha sido denominada Edad Media o inconcebiblemente
Edad Oscura ha hecho brillar, sin embargo, una luz de infinito resplandor,
cuya reminiscencia apenas esfuerza hoy su supervivencia y con cuya pureza
ningún hombre ha vuelto a ser iluminado: me refiero al fervor religioso,
esa luz que explicó y legitimó durante un milenio a la cultura
occidental. En
este sentido, el relato que se presenta a continuación es una humilde y
hasta olvidable centella de esa luz. Pero, como toda célula que, aunque
invisible al ojo escrutador, posee la información completa del organismo
al que pertenece, asimismo este relato puede condensar en su finitud la
esencia misma del espíritu medieval. Allí está presente la alegoría
con la que un pueblo iletrado comprendía las palabras de su Dios; allí
la vindicación del buen obrar para ganar el Paraíso, la condena de la
maldad para evitar el Infierno; allí, sobre todo, está presente esa máxima
que enseña a despojarse de los bienes mundanos, que son perecederos, y
cultivar los del alma, que son los verdaderos para el hombre mismo y los
que Dios recompensa tras la muerte. Sea esto temor de Dios o negación de
la vida, el hombre medieval, como aquel rey, apostó su existencia a esa
verdad, pues sabía que en un incierto “destierro” sus acciones del
breve lapso terrenal serían juzgadas bajo la mirada de la eternidad, la
que decidiría por el sosiego o martirio, reposo o fuego, felicidad o
castigo. LXXIV[1] Erat quidam rex, qui filium tantum unicum habebat,
quem tenerrime dilexit. Rex iste unum pomum aureum fieri fecit in
sumptibus magnis; pomo fabricato rex usque ad mortem infirmabatur, vocavit
filium suum et ait: “Carissime, non potero de ista infirmitate evadere,
sub benedicitione mea post meum decessum vade per regna et castra et pomum
aureum quod feci tolle tecum, et si quem magis stultum inveneris, pomum
istud ex parte mea dabis.” Filius vero fideliter adimplere promisit, rex
vero vertebat se ad parietem et emisit spiritum, filius vero satus
honorifice eum tradidit sepulture. Post sepulturam statim pomum accepit et
per diversa regna et castra ambulavit, multos stultos invenit et vidit,
tamen nulli eorum pomum dedit. Deinde perrexit ad quoddam regnum et ad civitatem
principalem illius regni accesit. Per medium civitatis regem equitantem
cum magno apparatu vidit, condiciones illius regni a quibusdam civibus
quesivit. At illi dixerunt ei: “Consuetudo illius regni est talis, quod
numquam rex Inter. Nos regnabit nisi uno anno; finito anno in exilium
ponetur, ubi mala morte finietur.” Filius regis hec audiens intra se
cogitabat: “Jam inveni, quem diu quesivi.” Accesit ad regem et flexis
genibus eum salutavit et ait: “Ave rex! Pater meus defunctus est et
istud pomum aureum in testamentum vobis legavit.” Rex vero pomum accepit
et ait ei: “Carissime, quomodo potest hoc esse? Rex numquam me vidit nec
aliquid boni patri tuo feci; quare ergo tam preciosum jocale michi dedit?”
Ait ille: “Domine, mi rex, pater meus non plus vobis quam alteri pomum
legavit, sed sub benedictione sua michi precepit, majori stulto dare, quem
potero invenire, et sine dubio circuivi multa regna et castra et non
inveni tam magnum stultum et infatuatum, quam vos: ideo ex precepto patris
mei vobis pomum dedi.” Ait rex: “Rogo, ut michi dicas, quare me tantum
stultum reputas.” Ait ille: “Ecce domine, ostendam tibi clare. Est
consuetudo illius regni tantum per annum regnare et in fine anni omni
honore et diviciis privari et in exilium poni, ubi mala morte moritur.
Amen dico vobis, quod in toto mundo non est tantus stultus, sicut vos,
quod tam breve tempus regnare debetis et post hoc tam miserabiliter vitam
finire.” Respondit rex: “Sine dubio omnia vera sunt, que modo michi
dixisti, et ideo dum adhuc fuero in mea potestate, in presenti anno bona
infinita mittam ante me in exilium, ut, dum ibi venero, de bonis illis
vivam, quamdiu vixero.” Et sic factum est. In fine anni regno est
privatus et in exilium positus, ibi per multos annos de bonis illis vixit
et vitam in pace finivit. Moralisacio: Carissimi, rex iste este deus, qui legavit pomum
aureum stultis. Per pomum rotundum intelligitur mundus iste, quem deus dat
fatuis, qui magis mundum et ea, que in mundo sunt, appetunt quam deum. Rex,
qui per unum annum regnavit, potest dici quilibet homo in hoc mundo
existens, qui, licet centum annis vivet, est tamen quasi una hora respectu
vite future, et tamen non desistit miser homo die ac nocte laborare et
post mortem in exilium i.e. in infernum ponitur, si cum peccato mortali
decedat, ubi mala infinita inveniet. Et pauci sunt, qui de isto exilio
cogitant. Faciamus ergo, sicut fecit ille rex; dum sumus in nostra
potestate in hac vita, ante nos mittamus opera misericordie, eleemosinas
largas, perpetrare oraciones et jejunia facere, ut post hanc vitam
paradisum poterimus intrare et sine dubio ibi inveniemus opera nostra
meritoria, que fecimus in hac vita, et sic regnabimus ibi cum gloria, ad
quam deus nos perducat. EL FRUTO DORADO[2] Después prosiguió hasta
cierto reino y penetró en su principal ciudad; por el centro de ella vio
al rey montado con gran magnificencia. A unos ciudadanos preguntó
entonces acerca de las costumbres de ese reino. Ellos, por su parte, le
dijeron: “La costumbre de este reino es tal, que entre nosotros un rey
jamás gobernará sino un único año, acabado el cual es condenado a
destierro, en donde la funesta muerte le dará fin”. Mientras estas
cosas oía, el hijo del rey pensaba entre sí: “Ya encontré al que
largo tiempo he buscado”. Llegó hasta el rey y con sus rodillas
flexionadas ofreció sus cumplidos y dijo: “¡Salud, rey! Mi padre ha
muerto y por testamento este fruto dorado ha legado a vosotros”. Pero el
rey tomó el fruto y dijo: “Querido amigo, ¿cómo puede ser esto
posible? El rey jamás me ha visto ni a tu buen padre hice favor alguno;
pues ¿por qué me ha ofrecido tan precioso juguete? Aquél dijo: “Señor,
rey mío, mi padre no ha legado este fruto a vosotros más que a otros,
sino que me ha pedido que lo ofreciera al más insensato que encontrar
pudiere y, sin vacilar, visité cuantiosos reinos y castillos y no encontré
a nadie tan falto de razón y necio como vosotros. Por esto, a pedido de
mi padre os he entregado el fruto”. Dijo el rey: “Ruego que me digas
por qué me consideras tan insensato”. Y aquél respondió: “Señor,
te lo enseñaré claramente: es costumbre de este gobierno reinar por
apenas un año y, al finalizar el año, de todo el honor y las riquezas
ser despojado y condenado a destierro, en donde lo extingue la funesta
muerte. Así os digo, porque no existe en todo el mundo mayor insensato
que vosotros, pues debéis reinar tan breve tiempo y después de eso
acabar la vida de manera tan desdichada”. Respondió el rey: “Sin duda
son verdaderas todas esas cosas que recién me has dicho, y por eso,
mientras goce de mi plena autoridad, infinitas riquezas enviaré al
destierro antes de ir yo[4],
de modo que, en tanto que aquí las venero, de ellas mismas gozaré cuanto
tiempo habré de vivir”. Y así ocurrió. Al finalizar el año fue
privado de su reino y condenado a destierro; allí vivió por muchos años
de todas aquellas riquezas y finalizó su vida en paz. Moraleja:
Querido amigo, el primer
rey es Dios[5],
que ha legado a los insensatos el fruto dorado. Por fruto acabado se
entiende este mundo, el que Dios ofrece a los necios, quienes se acercan más
al mundo mismo y a las cosas que en el mundo existen que a Dios. El rey
que gobernó por un único año puede ser considerado cada hombre que en
este mundo exista, el cual, aunque cien años viva, es sin embargo apenas
una hora respecto de la vida futura; mas no cesa de trabajar día y noche
el desdichado hombre para el destierro tras la muerte, puesto que, si con
un pecado mortal muere, en el infierno es arrojado, donde encontrará
condenas infinitas[6].
Y pocos son los que conocen acerca de este destierro. Por eso obremos como
hizo aquel rey. En tanto que en esta vida gozamos de nuestra plena
autoridad, llevemos al destierro -antes de ir nosotros mismos[7]-
obras misericordiosas, grandes limosnas, consumemos oraciones y hagamos
ayunos, que así podremos entrar en el paraíso después de esta vida,
donde sin duda vislumbraremos nuestras obras meritorias, las que hicimos
en este mundo, y de esa manera reinaremos allí con esa gloria hacia la
cual Dios nos guía.
[1] Este relato forma parte de la colección latina Gesta Romanorum (Stuttgart, Reclam, 1991). Debido a la brevedad del mismo, ha sido trascripto en forma íntegra para aquellos entendidos que deseen rastrear ciertas particularidades o rarezas del latín medieval. [2] La traducción alemana de Rainer Nickel titula este relato Der goldene Apfel (La manzana dorada). Acaso Nickel se haya apoyado en la similitud de pomum con la palabra francesa pomme, que significa “manzana”. Por mi parte, he preferido respetar el texto latino y adjudicar a pomum el sentido indefinido de “fruto”, pues malum (manzana) no figura en dicho texto. [3] Considero enfática la repetición de vero en el texto latino. La versión de Nickel se limita únicamente a traducir el segundo de ellos con sentido adversativo: “Der Sohn versprach dem Vater... Der König aber drehte sich zur Wand...” Por mi parte, he preferido utilizarlos como ordenadores temporales en el segundo y tercer caso, manteniendo su valor modal en el primero. [4] Literalmente, “antes de mí”. El texto de Nickel dice: “im voraus” (“con anticipación”). Considero preciso extenderme en la traducción a fin de interpretar correctamente el sentido de ante me. [5] En el texto latino, el orden entre antecedente y atributiva puede provocar confusión, pues rex iste nos remite directamente al rey con el que finaliza la historia, lo cual es incorrecto. Así, he optado por traducir el citado pasaje como “el primer rey”. En el caso de Nickel, también él advirtió la posible ambigüedad de una traducción literal: “der König, derden Dummen den Apfel vermacht hat, ist Gott.” [6]
Es confusa la redacción del texto latino en este pasaje. Según el
texto alemán, Nickel ha interpretado como el infierno mismo la alegoría
del “destierro”, lo cual puede no ser solidario con el resto de la
historia: “...und wenn er mit einer Todsünde aus dem Leben geht,
kommt er nach seinem Tod in die Fremde, d.h. in die Hölle...” [7] Ver nota 4. |
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