Asterión XXI

Revista cultural

           

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DOXA

El reino de la Opinión

 

  Esta Sección está consagrada a la Opinión en su lado público. Aquella opinión que expresa juicios morales, juicios que lamen el costado político de nuestros espíritus. No es Episteme. La Doxa muda y es blanco de disenso. Los juicios que aquí se estampan son de valor, sin que nada pruebe su exactitud. No hay una única verdad política y la comprensión de la sociedad y sus relaciones acá se muestra plural. Pretendemos que la opinión no sea compra de discurso ni costumbre establecida. La queremos pública y racional.

  Doxa es un espacio de debate tan amplio como cada uno de nosotros se atreva a concebirlo.

 

Con las banderas en alto

   

por Verónica Andrea Ruscio

     

  Siempre me ha sorprendido el patriotismo mediático de los norteamericanos.  Su bandera aparece en todas las películas y alguien me dijo alguna vez que es porque les hacen un descuento en los impuestos según la cantidad de veces que ésta aparece.  Lo importante (más allá de ese impuesto) es que llenan los ojos con los colores patrios y que, al fin de cuentas, esto es una muestra más del poder del país del norte. Su fuerza está en cómo cada estadounidense se identifica profundamente con esos colores y cómo insertan esa mentalidad en las películas, que, en definitiva, se exportan. Por otra parte, el 4 de julio es símbolo de verdadero festejo (lo muestran también las películas) con fuegos artificiales, estrellitas, banderas, gorros y la mar en coche.

  Ahora vuelvo los ojos a mi país.  Jamás he visto grandes festejos para las fechas patrias.  De mi infancia tengo recuerdos borrosos de desfiles militares para el 25 de mayo y el 9 de julio, pero hoy día hasta eso se llevó la depresión económica. 

  Hasta hace poco veía por la calle gente con pañuelos de Estados Unidos en la cabeza. Era moderno o progre quien llevara eso. ¿En qué estamos pensando? Vamos, gente, que ya tenemos bandera. Es celeste y blanca y tiene un sol precioso como corazón. Flamea gigante tras la Casa Rosada. ¿Alguien nota acaso que los edificios públicos colocan infinidad de banderitas en sus fachadas para las fechas patrias? ¿Quién se acuerda siempre de su escarapela? ¿Qué conciencia tiene la infancia de estos años de lo que es una fecha patria? ¿Es un feriado para ir a pasear o un festejo por nuestra identidad como país?

  Tuvieron que pasar veinte años para que se reconociera (conociera) públicamente a nuestros veteranos de guerra. ¿Vamos a hacer con ellos lo que hicimos con todos nuestros héroes? ¿Vamos a esperar a que se vayan a morir a otros países? ¿Vamos a esperar que mueran pobres y solos? ¿Vamos a darles reconocimiento y agradecerles cuando hayan pasado cien años? Y soy mala: ¿el año que viene, cuando haya pasado el furor de los “veinte años de la Gesta de Malvinas”, nos acordaremos de ellos?

  Irónicamente, para mayo de este año entré en un hipermercado que, para mi alegría, estaba totalmente embanderado. Cada cajera tenía dos banderitas de plástico y una bandera larguísima colgaba del techo.  Nunca me sentí tan feliz como en esos pocos segundos en que ingresé en el hipermercado y me llené los ojos de mis más queridos colores.  Pensé idioteces del tipo: “En momentos tan difíciles, estamos demostrando nuestra unión”, “En esta crisis, somos más argentinos que nunca”, “Por fin el patriotismo nos llenó el corazón”. Pero fue todo una ironía. Cuando pasé la línea de cajas vi que se accedía realmente a través de un arco de fútbol. Todo era producto del mundial. Y ojo que me gusta el fútbol. Pero lo triste es que un mundial de fútbol saca ese patriotismo que no tenemos para las fechas patrias. Seamos honestos, nadie se pinta la cara de celeste y blanco porque es 25 de mayo.

  Este año todos colgaron sus banderas en los balcones. Vi muchas más de las que recuerdo de otros mundiales. Hubo una euforia que venía seguramente de la bronca. Mucha gente puso el grito en el cielo de que el mundial era una porquería, que no se podían dejar de lado tan fácilmente los problemas locales, que nuestra pobreza valía más que una pelotita...  Yo pienso que esa pelota nos trajo un sueño: el ser buenos en algo. No lo logramos y hubo más bronca todavía. Cómo nosotros, que parimos al Diego, que somos mejores que todos, íbamos a perder tan rápido. Una vergüenza. Y así, sin pena ni gloria, pasó el mundial.

  Para ir a trabajar, me la paso viajando.  A veces viajo en tren, a veces voy en colectivo. Soy de esas personas que miran mucho el cielo y los balcones de los edificios. Gracias a esta manía, pude descubrir que este año nadie sacó las banderas. ¿Será por el 9 de julio? pensé. Pero no era eso, en agosto seguían las banderas. ¿Por qué la gente no sacó las banderas de los balcones? ¿Qué significa esto?

  Y a qué negarlo, me entró un poco de entusiasmo. Hace días que persigo banderas de balcones y siguen todas en los mismos lugares.  Además, una empresa de automóviles, Chevrolet, estuvo regalando banderas que llenaron la Capital, fomentando aún más este extraño fenómeno.

  Creo que la bandera nos da fuerza.  En la guerra, la bandera es un emblema que identifica de qué lado estoy, es identidad, y, como consecuencia, da vigor para seguir peleando. Yo soy de este bando, lucharé por honrarlo. Aunque me cueste creerlo, los argentinos estamos haciendo lo mismo que en la guerra: levantamos nuestro emblema para sacar fuerzas y enfrentar el enemigo.  Hasta casi escucho el grito de guerra. Qué mejor que nuestra querida bandera para recuperar nuestra dignidad. 

  Hoy más que nunca, pongamos nuestras banderas en alto.

        

             

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