Desde el ayer: |
SCALABRINI ORTIZ Y LA OTRA ECONOMÍA |
por Fernando Pedró |
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Los medios de comunicación nos traen a diario
declaraciones de políticos y economistas que nos hablan de la crisis: corralito
y blindaje, stand by y default, encaje y déficit
cero, riesgo país y dolarización. Aparecen pocas
ideas, en su mayoría marginales, acerca del origen de los problemas por
los que atraviesa el país. Las entrevistas se suceden a un staff de diez
economistas, pero como los pueblos de Laponia, que tienen más de treinta
vocablos diferentes para definir los distintos matices del “blanco”,
estos diez indiecitos (lease vasallos de Anoop Singh) nos pretenden decir
que sus versiones de la economía son todas diferentes, cuando en realidad
son todas “blancas”. ¿No hay otros? ¿No interesa en los medios que
los haya? Hoy, cuando resulta imperioso buscar el origen de
los problemas por los que atraviesa la economía argentina, recordar y
releer a Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959) constituye un buen ejercicio
para tal fin. “Estos asuntos de economía y
finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Solo
requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa,
pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando
de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la
patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y
financieros”.[1] El silencio que pesa sobre la obra de Scalabrini Ortíz
no es nuevo. En su tiempo tuvo que buscar canales alternativos para
difundirla, a pesar de ser uno de los más brillantes periodistas de la época.
Es que su análisis profundo de los problemas argentinos y de cómo el
imperialismo se apoderó de los recursos del país lo constituyeron en uno
de los peores enemigos de los traidores, ya que no se limitaba a
denunciarlos puntualmente, sino que dejaba al descubierto toda la trama de
la entrega. Discípulo de Macedonio Fernández, Scalabrini Ortiz
ya había mostrado en “El hombre que esta sólo y espera” (1931) tanto
una prosa clara y brillante como una profundidad en el estudio para hacer
una radiografía del porteño que aún tiene vigencia como una precisa
descripción de nuestra sociedad. Los tiempos han cambiado. El alma del
porteño no. “El hombre porteño no es egoísta, pero no admite más alicientes que los exclusivamente humanos. No quiere atestarse con frases, ni ser omitido en ellas. Palabras de premio son asiduas en su plática: “gaucho”, “macanudo”, derecho”. Tipo gaucho es el hombre servicial. Macanudo, en cierta acepción, es el generoso de expansión, el conversador, el dicharachero, el hombre vivo y dado. Derecho es el hombre sin doblez, cuya ayuda puede descontarse como indudable. Todas estas palabras propinan méritos a los desprendimientos que van de hombre a hombre”.[2] Nos interesa remarcar por último su lucha contra
esos economistas que “están siempre” y cuyo paradigma es Raul
Prebisch. Miembro de la funesta misión Roca en 1932 y hacedor del Plan de
la Revolución Libertadora en 1955, Prebisch siguió apareciendo periódicamente
en la historia argentina dictando dogmas, hasta brindar sus “últimos
servicios a la Patria” en el gobierno de Raúl Alfonsín. Reproducimos al píe la primera parte de “La República
de Otaria”, satírico ensayo de Scalabrini sobre la situación planteada
con la llamada Revolución Libertadora que derrocara a Juan Domingo Perón
en 1955. Sus artículos desde la revista “Qué”[4]
fueron el último llamado de atención antes de su desaparición el 30 de
marzo de 1959. Tres meses antes, el Presidente Frondizi había anunciado
la adhesión de la Argentina al Fondo Monetario Internacional y se
abrazaba con los banqueros de Wall Street. [1] Raúl Scalabrini Ortiz, “Bases para la Reconstrucción Nacional”, Tomo I, Ed. Plus Ultra, 3° Ed.,pag. 23. [2] Raúl Scalabrini Ortiz, “El hombre que está solo y espera”, Ed. Albatros, 8°Ed., pag. 106. [3] Para
el lector interesado en Scalabrini Ortíz, recomendamos consultar la
biografía y listado de sus obras en
www.discepolo.org.ar/scalabri.htm [4]
Recopilados en “Bases para la Reconstrucción Nacional”
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La República de Otaria (fragmento) por
Raúl Scalabrini Ortíz ... Supongamos que en la vasta extensión del Océano
Atlántico, entre Sud Africa y el Río de la Plata, existe una comarca aún
desconocida. Es un país fértil cuyas tierras arables suman casi treinta
millones de hectáreas. Tiene una población de 20 millones de habitantes.
Se denomina en el planisferio del imaginario Mercator, República de Otaria.
Sus habitantes responden, pues, a la designación genérica de otarios,
lo cual resulta simbólico, porque si bien la palabra otario no figura en el
diccionario de la Real Academia, en el lenguaje vernáculo tiene una acepción
precisa: otario es el que cambia una cosa real y cotizable por algo sin
valor: una palabra, un concepto, una ilusión, un halago interesado; el que
cambia, por ejemplo, un jugoso bife por un elogio a su generosidad y a su
espíritu democrático. El cuervo era un otario. El zorro, un vivo. Otaria produce más de lo que necesita para
vivir. Cada otario consume anualmente 100 kilos de carne, 200 kilos de
trigo, 100 litros de leche y 100 kilos de maíz que en parte se transforma
en huevos y en carne de ave. El exceso de producción lo trueca por
combustible. No nos ocuparemos de este comercio y daremos por sentado que
sus valores se equivalen. Los otarios necesitan emprender algunas obras públicas
para abrir horizontes a la vida larval en que viven. Sus economistas los han
convencido de que deben recurrir al capital extranjero, porque Otaria está
huérfana de ellos. Nosotros nos disponemos a cumplir esa misión
civilizadora. Para ello es indispensable que efectuemos una pequeña
revolución y asumamos el poder. Nunca faltarán otros otarios dispuestos a
servir a altos ideales que simbolizamos nosotros y las grandes empresas que
nos aprontamos a ejecutar. La unidad monetaria de aquel simpático país
es el otarino. Tiene el mismo valor legal de un peso argentino y se cotiza a
la par. Los alimentos y la materia prima de Otaria valen exactamente lo
mismo que sus similares argentinos. Para simplificación del ejemplo y de la
interpretación usaremos cifras globales. La técnica no se altera por
centavo de más o de menos. Quizás nos convenga abrir una institución de
crédito en Otaria. Quizás no la necesitemos. Los instrumentos del crédito
internacional pueden suplir perfectamente la ausencia de un banco local. Si
queremos abrir un banco, nos munimos de una carta de crédito en que el
Banco Central de la República Argentina afirme que tiene depositada a
nuestra disposición una suma dada, cien millones, por ejemplo, en oro o
moneda convertible, o que se responsabiliza de ellos. Eso basta. La carta de
crédito del Banco Central de
la República Argentina es palabra sagrada en la República de Otaria. Por
otra parte, una carta de crédito – digamos una carta de presentación –
fue todo el capital inicial que invirtieron en este país los más poderosos
bancos extranjeros: el Banco de Londres y América del Sud, el ex Banco
Anglo Sudamericano, El First National Bank of Boston y el National City Bank
of New York. Nos preocuparemos, eso si, de que la memoria del Banco Central
de Otaria diga algo semejante a lo que el Banco Central de la Argentina
afirmó en su memoria de 1938, la conveniencia de “transformar las
divisas en oro y dejar ese oro depositado en custodia en los grandes centros
del exterior ... no sólo por la economía que significa no mover físicamente
el metal, sino principalmente por facilitarse de este modo su pronta y libre
disposición con el mínimo de repercusiones sicológicas”. Este
argumento, que fue convincente para nosotros, puede ser aceptado por los
otarios, a quienes nos complacemos en imaginar tan confiados, liberales y
democráticos ciudadanos como nosotros. En los Estados Unidos la operación
no hubiera podido efectuarse, porque aquellos cow boys son tan desconfiados
que hasta 1914 no permitieron el establecimiento de ningún banco extramjero,
y, para impedir filtraciones subrepticias, ni siquiera permitían que sus
propios bancos tuvieran agencias en el exterior. Con posterioridad,
accedieron al establecimiento de sucursales de bancos extranjeros, los que
no podían prestar nada más que un dólar más que el capital que
genuinamente habían importado desde el exterior. Pero en Otaria son tan
liberales como nosotros. Ya estamos instalados en Otaria y disponemos
de un capital virtual – como son todos los capitales – de cien millones
de pesos argentinos que respaldan nuestra responsabilidad sin necesidad de
salir de esta república. En Otaria vive habitualmente un técnico de gran
reputación, el doctor Postbisch, cuyos servicios profesionales nos hemos
asegurado con la debida anticipación y cuya consecuencia y lealtad hacia
nosotros se acrecienta en la medida en que nos sirve. El doctor Postbisch,
tras un breve estudio de una semana, descubre que los otarios estaban
viviendo sobre un volcán. Sin darse cuenta atravesaban “la crisis más
aguda de su historia”. Los otarios no se habían percatado de ello,
primero, porque los otarios estaban muy ocupados en crearse una industria
que abriera los cerrados horizontes de la monocultura; segundo, porque habían
pagado sus deudas y no debían nada a nadie, con excepción de algunos pequeños
saldos comerciales; tercero, porque vivían aceptablemente bien, y cuarto,
porque en realidad se trataba de “una crisis oculta” que necesitaba la
pericia clínica de Postbisch para ser diagnosticada. Para equilibrar el
presupuesto nacional – que se desequilibrará más que nunca, para nivelar
la balanza de pagos con el exterior, que daba superávit y dará déficit en
adelante – el doctor Postbisch, dotado de poderes ejecutivos tan
extraordinarios que envidiaría el mismo Superhombre de las historietas
infantiles, decide desvalorizar la moneda de Otaria a la tercera parte de su
valor. El otarino, que valía un peso moneda nacional, desciende hasta no
valer nada más que treinta y tres centavos de los nuestros. El doctor
Postbisch designa a esa operación “corrimiento de los tipos de cambio”.
Nuestro capital de cien millones, que permanecía en expectativa en su
moneda originaria, se triplica si se lo calcula en otarinos. Los productos
de Otaria siguen, como es lógico, cotizándose en otarinos y el alza que el
doctor Postbisch les acuerda es tan pequeña que desdeñaremos considerarla,
porque de todas formas no varía los resultados en su conjunto. Postbisch,
cuya facundia es asombrosa, ha convencido a los otarios de que tanto la
desvalorización de su moneda como la estabilización de los precios son
indispensables para escapar del vórtice de la espiral inflacionista y que
esas medidas deben ser complementadas con la inmovilización de los salarios
y de los sueldos. En Otaria, pues, todo queda como antes de la desvalorización,
Pero el genio creador de Postbisch se revelará en todo su poder en la
multiplicación de nuestro capital. Jesucristo multiplicó los panes.
Postbisch multiplicó el dinero extranjero con que se adquieren los panes.
Vamos a usar la nueva capacidad adquisitiva de nuestros capitales.
Utilizaremos un solo peso, por si acaso nos equivocamos. Ni siquiera en los
ejemplos deben arriesgarse los capitales que se confían a nuestra custodia. En Otaria con un peso argentino se compraba un
kilo de carne, que en el mercado interno de Otaria valía un otarino. La
desvalorización de la moneda de Otaria, por recomendación de Postbisch, no
ha alterado los precios internos. Con un peso argentino virtual se adquieren
tres kilos de carne. Si exporto a la República Argentina un kilo de carne,
como allí sigue valiendo un peso moneda nacional, con ese kilo de carne
saldo la deuda que había contraído en mi país con la apertura del crédito.
Me quedan dos kilos de carne que vendo en la misma República de Otaria a un
otarino cada uno. Y de esta manera, el capital virtual que había movilizado
en el pael se transforma en un fondo real de doscientos millones de otarinos,
con el que podemos iniciar la ejecución de grandes obras que son
indispensables para la vida de esa república, pero que los otarios no
hubieran podido emprender nunca por falta de capitales. La ración diaria de
los otarios habrá descendido en un tercio. (de Bases para la Reconstrucción Nacional, Tomo 2, Editorial Plus Ultra) |
mail: fernandopedro@asterionxxi.com.ar
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