ESCRIBIR EL PARAÍSO |
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Antología crítica de la Poesía Universal |
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MARIA ELENA WALSH |
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(1930) |
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En la lírica, las voces masculinas y femeninas, a partir de la distinción
que llega con la pubertad, adquieren el color que les asignará su registro.
Previo a aquella etapa de cambios y ante la ausencia de lo determinado, nos
referimos a voces blancas. La poetisa que a los diecisiete años editó Otoño Imperdonable, en nuestras letras es la voz blanca perenne que
desafía en esa privación de cierre los registros fijos de un sector de la
vida artística. Es la poetisa que entre los dieciocho y los diecinueve
cumplió con el sueño de compartir esos años junto al poeta venerado: Juan Ramón Jiménez (1881-1958).
Al dejar nuestra ciudad en su visita de
1948, Jiménez invitó a María
Elena a pasar una temporada en su casa de Maryland, EE.UU. La gentileza
fue extendida a otros dos poetas jóvenes, pero sólo ella era quien no iba
a dudar en llegar a destino.
Uno de los textos ensayísticos en los que sí se puede aprender
acerca de autores y de libros es el volumen Curso
de literatura europea de Vladimir
Nabokov. En la Introducción
que escribe John Updike aparece un
comentario sugerente, en boca de la que años después sería su mujer,
sobre la cuestión de lo que se puede trasmitir en esta disciplina: "Yo sentía que podía enseñarme a leer.
Estaba convencida que podía darme algo que me duraría toda la vida... y me
lo dio." Updike sintetiza
la labor en la docencia por parte de Nabokov,
hasta convertirse en celebridad merced a Lolita,
en una frase que pule el juicio anterior: "Nabokov
fue un gran profesor, no porque enseñara la materia bien, sino porque daba
ejemplo e inculcaba en sus estudiantes una actitud profunda y afectuosa
hacia ella."
Existe una fotografía del primer encuentro de María
Elena Walsh con Juan Ramón Jiménez,
es del día del desembarco de éste en Buenos Aires, 1948: la adolescente
que meses después compartirá vivienda con el poeta y que aún no sabe
siquiera presentirlo, mira encantada a ese hombre que es el centro de todos.
En esa mirada hay amor y admiración y lo que al final de esa gira se
presentó como una acceso superior a lo que ella debió haber imaginado,
prendió en su memoria la calidez de aquello sobre lo cual no podemos
hablar, la experiencia entrañable que trasmiten los versos finales de Postal
detenida: "Es
inútil./ Me duele." Un gran escritor, la maestría, enseñan
desde el gesto espontáneo más que desde la información planificada que
los profesores y eruditos -sin despertar del sueño de fichas y libros
subrayados- exhiben a sus alumnos para su hastío y consuelo. Pound
con acierto sentenció que: "Unas
horas de antiguos poemas líricos cantados nos enseñan más que un año de
trabajo filológico acerca de esta forma de melopeia".
Sobre ella es fácil hablar. Su arte transita diversos caminos
siempre con un toque mágico y personal que se identifica con aquel rostro
de adolescente melancólica, ése que no extravió en sus travesuras de
grande. Supo hacer de lo popular algo digno con sólo virar el folklore
hacia su origen, no siendo de los que usan el arte autóctono en un proceso
de desfiguración como a un animal de circo o a una fiera del zoológico. La
poesía escrita continúa siendo parte de sus trabajos, no es la poesía que
presagiaban las críticas de la década del 40, sino una muestra fresca de
como María Elena Walsh eligió
ser escritora, esa voz blanca de la que hablábamos al inicio. Y la infancia, aquel ámbito al que los mayores se aproximan con temor
de rajar cristales o de espantar las crias, es el mundo donde ella suele
pasearse segura. De esa parte sagrada de su obra hemos elegido algo breve,
algo que conocemos todos, un poema canción que nuestros hijos pueden
tararear una y otra vez hasta que lo aprendamos o, en nuestro auxilio, dictárnoslo
por teléfono cuando no sabemos donde hallarlo y sólo ellos tienen el
libro.
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