Asterión XXI

Revista cultural

           

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Las caras de la violencia en la Escuela (nota 2) 

por Javier Caramia

   

En el número anterior (1) intenté esbozar un cuadro de situación muy somero poniendo el énfasis en el hecho fácilmente verificable de la permeabilidad de los muros de la escuela a sucesos de los que otrora estaba aislada, protegida. Entre esos hechos se destacaba la violencia, que demasiado generalizada fuera de la escuela, hacía su ingreso en ella. Podría parecer que solamente los alumnos llevan, de la realidad a la escuela, esta violencia.

Hoy me gustaría reflexionar acerca de la violencia que se infiere desde la escuela. Y no sólo de la violencia simbólica que toda acción pedagógica entraña. Toda educación es una imposición doble: de unos determinados contenidos y de una determinada forma de inculcarlos. Para este tema hay una vasta bibliografía, por ejemplo, La Reproducción, (1977), de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, entre otros clásicos.

       A lo que aludo no es a este tipo sutil de ejercer violencia. Quiero sacar a la luz la más pedestre, aquella que no precisa de elucubraciones. El alumno la percibe sin dudar ya que la sufre directamente.

Lo más grave es, además de contribuir al refuerzo de la violencia general de la sociedad, que al docente, como se verá, puede parecerle natural su comportamiento, ni siquiera es capaz de advertir la naturaleza de su acción. Y si en el número anterior decía que no puede desconocerse el contexto al analizar la realidad de la escuela, aquí corresponde la misma referencia, con una salvedad: no puede justificarse a ningún docente que sea violento con sus alumnos: debe haber una ética profesional.

Injurias, discriminación y un poco más

       Quiero empezar señalando una cuestión que encierra algo de paradoja y algo de hipocresía. En la última década en los textos pedagógicos (libros, pero también documentos como diseños curriculares, por ejemplo) se acostumbra a escribir frases como “los niños y las niñas” y en la frase siguiente, al revés: “las niñas y los niños”, en lugar de “los niños” a secas. En principio no hay inconveniente alguno con respecto a eso, el problema consiste en creer que escribiendo así cambiarán nuestras prácticas. No alcanza con poner “los alumnos y las alumnas” para eliminar el sexismo, así como tampoco el eufemismo “personas con movilidad reducida” mejora nuestro trato hacia ellas. La transformación ha de ser más radical o ha de quedarse en intenciones.

Esto parece darle la razón a Tenti Fanfani quien decía que había que reintroducir el conocimiento práctico, pero, con una reflexión crítica, puesto que por más que el curriculum declare su aceptación de la diversidad, si los docentes que lo viven diariamente no han sido estimulados para reflexionar sobre su propia práctica, tal declaración quedará como letra muerta.

Por qué hacía referencia a esto, porque pese a la presencia de tales discursos en los documentos y en los libros, realidad indica, muchas veces, otras verdades. Veamos algunos ejemplos “reales”:

En el año 1999 se publicó un libro llamado De eso no se habla...” cuyo subtítulo es Los usos de la diversidad sociocultural en la escuela. Es un libro realmente valioso, cuya lectura recomiendo, en especial a los docentes. Tomaré de él sólo algunas de los registros que se transcriben de la investigación realizadas en escuelas primarias de la Ciudad de Buenos Aires. Uno de los capítulos está redactado por LILIANA SINISI. En una conversación mantenida con una alumna taiwanesa registró lo siguiente:

Me preguntó qué significaba llamarse Marta, le dije que no sabía. Se quedó callada, pensativa. Pregunté quién le había puesto Marta: “acá en la escuela, aunque prefiero mi nombre, es más lindo, significa ‘amor’, me lo eligió mi papá, para nosotros todos los nombres significan algo que tiene que ver con lo que desean los padres para sus hijos” (Sinisi, 1999, pág. 222-223)

          La autora continuó indagando y recogió este testimonio de una maestra que describe el “bautismo”. Permítanme que lo copie aunque sea un poco extenso, creo que vale la pena:

No, se los cambian las maestras porque les resulta más fácil llamarlas en castellano. Sí, sí, como oís, como no quieren hacer el esfuerzo de aprender el verdadero nombre, le eligen uno, ‘los bautizan’, a vos te parece, yo hablé con S. Para que recupere su verdadero nombre, pero ella no quiere porque la van a cargar, le expliqué que el nombre es algo que eligen los papás con mucho amor, que tiene un significado; ahí me contó que a ella se lo eligió la abuela. Más todavía le dije, es fundamental recuperar tu nombre, sin vergüenza, si yo fuera a Corea querría que me lamen por mi nombre, querría seguir siendo J. Porque ese es mi nombre, pero no la convencí. Una vez se bautizaron a unos diez chicos chinos y con unos nombres... pobrecitos, yo les dije que no estaba de acuerdo, pero me dijeron que serían algo así como las madrinas, que era por el bien de ellos, porque si no, nadie los iba a poder llamar, ni los iban a conocer... (pág. 223)

       Recuerdo que una vez me fue presentado un alumno bajo un nombre occidental y que sólo tiempo más tarde me enteré de su verdadero nombre. Esta es aparentemente una práctica bastante habitual. No entender la verdadera dimensión de ese acto me parece algo casi increíble en un docente.

       La autora nos cuenta que gracias a la “devolución” de la investigación ciertas cosas habían comenzado a cambiar en la escuela. Un problema que puede mencionarse, es por supuesto, evidente: no podemos esperar que se hagan investigaciones de este tipo en cada escuela para comenzar a cambiar. La situación apremia: se impone actuar ahora. Coincidimos con esta afirmación de SINISIEl racismo y la discriminación son problemas que la escuela aborda pero en las que no se incluye. Los chicos discriminan, los padres discriminan, la sociedad es racista, pero las escuelas aparecen cubiertas por un manto de inmaculada neutralidad” (pág. 228.) Es así que por más propongan “Talleres” y que se desarrollen “Jornadas contra la discriminación” debemos estar prevenidos, nos advierte la autora ya  que se “..supone que los alumnos después de estar pintando afiches antidiscriminatorios transforman de la noche a la mañana sus prejuicios. Por otro lado, en ninguno de estos talleres se cuestiona el lugar de la institución y de los propios docentes como productores de estigmas” (pág. 229) A esto me refería yo más arriba cuando mencionaba la esterilidad de ciertas formas de redacción de textos que no transforman nuestras convicciones.

Por otro lado, existen agresiones de otra índole, como la que registran Dubet y Martuccelli en un interesantísimo libro, cuyo título es En la escuela. Sociología de la experiencia escolar. Esta vez en Francia, pero, que sin duda puede servirnos aquí. En un capítulo dedicado a la experiencia de los colegiales de la escuela media francesa hay abundantes ejemplos de las arbitrariedades ejercidas por los profesores y cómo lo viven y perciben los alumnos. Sólo transcribiré un par: 

Porque tenía una mala nota ella dijo sigues siendo nulo, no has progresado nada, me pregunto dónde estás de noche.[...]  Los profes no tienen por qué ventilar las razones personales.. Yo no voy a decirle lo que  pasa con su marido por la noche. (Dubet y Martuccelli, 1998, pág. 189)

Hay una profe que devolvió los deberes diciendo: no me voy a limpiar con esto. Es asquerosa cuando hace eso. (ibídem, pág. 248)

       Esto es en Francia, de acuerdo, pero hay algo más que coincidencias. Recientemente aportando más coincidencias encontré en una página de Internet algo relacionado con mi artículo anterior y con el que escribo ahora. Allí se hablaba de la violencia y se relataban dos casos: en uno, el agresor era el alumno, en el otro, el docente. (http://www.altillo.com/articulos/index.asp)

En una entrevista Pierre Bourdieu, quien había encabezado una comisión para el establecimiento de principios para los contenidos de la enseñanza en Francia, volvía sobre este tema:

Si yo fuera ministro, la primera recomendación que haría a los profesores sería: no hacer jamás juicios de valor sobre sus alumnos; ustedes no tienen derecho de emplear la palabra “idiota”, ustedes no tienen derecho de emplear la palabra “estúpido”, ustedes no tienen derecho de escribir en el margen “este razonamiento es imbécil”, ustedes no tienen el derecho de decir “nulo”... deben excluir todos los juicios de valor que afectan a la persona. (Bourdieu,1998, pág. 161, la negrita es mía.)

 

Reflexiones finales

        Pienso que lo expuesto es suficiente, y el lector amable habrá comprendido hacia dónde quiero ir. El mismo tema nos preocupa en diversas latitudes. Sin embargo, nosotros tenemos que resolver el que nos incumbe y esto nos lleva a la cuestión planteada en el número anterior. Allí la pregunta había sido : ¿estamos nosotros y las escuelas preparados para vivir en medio de todo esto?

La negativa parece ser la respuesta más plausible: entonces, habría que ir pensando cómo se podrá resolver. Desde mi opinión pienso que la solución, si llega, lo hará en un mediano plazo. Porque lo esencial es apuntar con toda la fuerza a la formación de los nuevos docentes. Aclaro por si hace falta, que no creo que todos los docentes que se desempeñan en la actualidad son violentos y perversos. Digo que hay que mejorar la formación de los futuros docentes. Evitar las promociones automáticas, el facilismo y, para que pueda existir una verdadera ética profesional, hacer lo posible para que sean profesionales en todo el sentido de la palabra. Esto significa cambiar drásticamente la calidad de la remuneración y las condiciones de trabajo de los docentes. Si bien, es bueno decirlo, más remuneración no nos hará mejores docentes de la noche a la mañana, es claro, que puede exigírsele más a quien está adecuadamente recompensado por su tarea.

En esta tarea el rol protagónico tendrá que tomarlo el Estado, con una política de educación acorde con las pretensiones de una Nueva Argentina. En estos tiempos se habla tanto de esta nueva fundación y parece olvidarse que la misma involucra un concepto de educación. Es decir, es preciso definir qué educación queremos para nuestro país. No es posible dejar librados estos cambios a las fuerzas del mercado: sería reforzar las desigualdades. Pero, un Estado que sólo se ocupe de emparchar parcialmente las cosas con acciones focalizadas no es suficiente, debe tomar las riendas de la conducción de la educación de forma plena y democrática, y según mi opinión, su prioridad tiene que ser “el recurso humano” de la educación: el docente.

(1) Las caras de la violencia en la Escuela (nota1). Ver nota

BIBLIOGRAFÍA  

Sinisi, Liliana (1999) La relación nosotros-otros en espacios escolares “multiculturales”. Estigma, estereotipo y racialización en Neufeld, María Rosa; Thisted, Jens Ariel (Comp.) “De eso no se habla...” los usos de la diversidad sociocultural en la escuela, Edudeba , Bs. A.s

Bourdieu, Pierre; (1998) Capital cultural, escuela y espacio social, Siglo XXI, México, 2da ed.

Dubet, Francois; Martuccelli, Danilo (1998) En la escuela. Sociología de la experiencia escolar, Losada, Barcelona

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