Las caras de la violencia en la Escuela (nota 2) |
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En el número anterior (1) intenté esbozar un cuadro
de situación muy somero poniendo el énfasis en el hecho fácilmente
verificable de la permeabilidad de los muros de la escuela a sucesos de
los que otrora estaba aislada, protegida. Entre esos hechos se destacaba
la violencia, que demasiado generalizada fuera de la escuela, hacía su
ingreso en ella. Podría parecer que solamente los alumnos llevan, de la
realidad a la escuela, esta violencia. Hoy me gustaría reflexionar acerca de la violencia
que se infiere desde la escuela. Y no sólo de la violencia simbólica que toda acción pedagógica entraña. Toda
educación es una imposición doble: de unos determinados contenidos y de
una determinada forma de inculcarlos. Para este tema hay una vasta
bibliografía, por ejemplo, La
Reproducción, (1977), de Pierre Bourdieu y Jean-Claude
Passeron, entre otros clásicos. A
lo que aludo no es a este tipo sutil de ejercer violencia. Quiero sacar a
la luz la más pedestre, aquella
que no precisa de elucubraciones. El alumno la percibe sin dudar ya que la
sufre directamente. Lo
más grave es, además de contribuir al refuerzo de la violencia general de
la sociedad, que al docente, como se verá, puede parecerle natural su
comportamiento, ni siquiera es capaz de advertir la naturaleza de su acción.
Y si en el número anterior decía que no puede desconocerse el contexto al
analizar la realidad de la escuela, aquí corresponde la misma referencia,
con una salvedad: no puede justificarse a ningún docente que sea violento
con sus alumnos: debe
haber una ética profesional.
Quiero empezar señalando una cuestión que encierra algo
de paradoja y algo de hipocresía. En la última década en los textos pedagógicos
(libros, pero también documentos como diseños curriculares, por ejemplo)
se acostumbra a escribir frases como “los niños y las niñas” y en la
frase siguiente, al revés: “las niñas y los niños”, en lugar de
“los niños” a secas. En principio no hay inconveniente alguno con
respecto a eso, el problema consiste en creer que escribiendo así cambiarán
nuestras prácticas. No alcanza con poner “los alumnos y las alumnas”
para eliminar el sexismo, así como tampoco el eufemismo “personas con
movilidad reducida” mejora nuestro trato hacia ellas. La transformación
ha de ser más radical o ha de quedarse en intenciones. Esto parece darle la razón a
Tenti Fanfani quien decía que había que reintroducir el conocimiento práctico,
pero, con una reflexión crítica, puesto que por más que el curriculum
declare su aceptación de la diversidad, si los docentes que lo viven
diariamente no han sido estimulados para reflexionar sobre su propia práctica,
tal declaración quedará como letra muerta. Por qué hacía referencia a
esto, porque pese a la presencia de tales discursos en los documentos y en
los libros, realidad indica, muchas veces, otras verdades. Veamos algunos
ejemplos “reales”: En el año 1999 se publicó un
libro llamado “De
eso no se habla...” cuyo subtítulo es Los
usos de la diversidad sociocultural en la escuela. Es un
libro realmente valioso, cuya lectura recomiendo, en especial a los
docentes. Tomaré de él sólo algunas de los registros que se transcriben
de la investigación realizadas en escuelas primarias de la Ciudad de Buenos
Aires. Uno de los capítulos está redactado por LILIANA SINISI. En una
conversación mantenida con una alumna taiwanesa registró lo siguiente: Me preguntó qué significaba llamarse Marta, le dije que no sabía. Se
quedó callada, pensativa. Pregunté quién le había puesto Marta: “acá
en la escuela, aunque prefiero mi nombre, es más lindo, significa ‘amor’, me lo eligió mi papá, para
nosotros todos los nombres significan algo que tiene que ver con lo que
desean los padres para sus hijos” (Sinisi, 1999, pág. 222-223)
La
autora continuó indagando y recogió este testimonio de una maestra que
describe el “bautismo”. Permítanme que lo copie aunque sea un poco
extenso, creo que vale la pena: No,
se los cambian las maestras porque les resulta más fácil llamarlas en
castellano. Sí, sí, como oís, como no quieren hacer el esfuerzo de
aprender el verdadero nombre, le eligen uno, ‘los bautizan’, a vos te
parece, yo hablé con S. Para que recupere su verdadero nombre, pero ella no
quiere porque la van a cargar, le expliqué que el nombre es algo que eligen
los papás con mucho amor, que tiene un significado; ahí me contó que a
ella se lo eligió la abuela. Más todavía le dije, es fundamental
recuperar tu nombre, sin vergüenza, si yo fuera a Corea querría que me
lamen por mi nombre, querría seguir siendo J. Porque ese es mi nombre, pero
no la convencí. Una vez se bautizaron a unos diez chicos chinos y con unos
nombres... pobrecitos, yo les dije que no estaba de acuerdo, pero me dijeron
que serían algo así como las madrinas, que era por el bien de ellos,
porque si no, nadie los iba a poder llamar, ni los iban a conocer... (pág.
223)
Recuerdo que una vez me fue presentado un alumno bajo un nombre
occidental y que sólo tiempo más tarde me enteré de su verdadero nombre.
Esta es aparentemente una práctica bastante habitual. No entender la
verdadera dimensión de ese acto me parece algo casi increíble en un
docente.
La
autora nos cuenta que gracias a la “devolución” de la investigación
ciertas cosas habían comenzado a cambiar en la escuela. Un problema que
puede mencionarse, es por supuesto, evidente: no podemos esperar que se
hagan investigaciones de este tipo en cada escuela para comenzar a cambiar.
La situación apremia: se impone actuar ahora. Coincidimos con esta afirmación
de SINISI “El
racismo y la discriminación son problemas que la escuela aborda pero en las
que no se incluye. Los chicos discriminan, los padres discriminan, la
sociedad es racista, pero las escuelas aparecen cubiertas por un manto de
inmaculada neutralidad” (pág. 228.)
Es así que por más propongan “Talleres” y que se desarrollen
“Jornadas contra la discriminación” debemos estar prevenidos, nos
advierte la autora ya que se
“..supone que los alumnos después de estar pintando afiches
antidiscriminatorios transforman de la noche a la mañana sus prejuicios.
Por otro lado, en ninguno de estos talleres se cuestiona el lugar de la
institución y de los propios docentes como productores de estigmas” (pág.
229)
A esto me refería yo más arriba cuando mencionaba la esterilidad de
ciertas formas de redacción de textos que no transforman nuestras
convicciones. Por
otro lado, existen agresiones de otra índole, como la que registran Dubet y
Martuccelli en un interesantísimo libro, cuyo título es En
la escuela. Sociología de la experiencia escolar. Esta vez
en Francia, pero, que sin duda puede servirnos aquí. En un capítulo
dedicado a la experiencia de los colegiales de la escuela media francesa hay
abundantes ejemplos de las arbitrariedades ejercidas por los profesores y cómo
lo viven y perciben los alumnos. Sólo transcribiré un par:
Porque
tenía una mala nota ella dijo sigues siendo nulo, no has progresado nada,
me pregunto dónde estás de noche.[...]
Los profes no tienen por qué ventilar las razones personales.. Yo no
voy a decirle lo que pasa con
su marido por la noche. (Dubet y Martuccelli, 1998, pág. 189) Hay
una profe que devolvió los deberes diciendo: no me voy a limpiar con esto.
Es asquerosa cuando hace eso. (ibídem, pág. 248)
Esto es en Francia, de acuerdo, pero hay algo más que coincidencias.
Recientemente aportando más coincidencias encontré en una página de
Internet algo relacionado con mi artículo anterior y con el que escribo
ahora. Allí se hablaba de la violencia y se relataban dos casos: en uno, el
agresor era el alumno, en el otro, el docente. (http://www.altillo.com/articulos/index.asp)
En
una entrevista Pierre Bourdieu, quien había encabezado una comisión para
el establecimiento de principios para los contenidos de la enseñanza en
Francia, volvía sobre este tema: Si
yo fuera ministro, la primera recomendación que haría a los profesores sería:
no hacer jamás juicios de valor sobre sus alumnos; ustedes no tienen
derecho de emplear la palabra “idiota”, ustedes no tienen derecho de
emplear la palabra “estúpido”, ustedes no tienen derecho de escribir en
el margen “este razonamiento es imbécil”, ustedes no tienen el derecho
de decir “nulo”...
deben excluir todos los juicios de
valor que afectan a la persona. (Bourdieu,1998, pág. 161, la negrita es
mía.)
Pienso que lo expuesto es suficiente, y el lector amable habrá
comprendido hacia dónde quiero ir. El mismo tema nos preocupa en diversas
latitudes. Sin embargo, nosotros tenemos que resolver el que nos incumbe y
esto nos lleva a la cuestión planteada en el número anterior. Allí la
pregunta había sido : ¿estamos
nosotros y las escuelas preparados para vivir en medio de todo esto? La
negativa parece ser la respuesta más plausible: entonces, habría que ir
pensando cómo se podrá resolver. Desde mi opinión pienso que la solución,
si llega, lo hará en un mediano plazo. Porque lo esencial es apuntar con
toda la fuerza a la formación de los nuevos docentes. Aclaro por si hace
falta, que no creo que todos los docentes que se desempeñan en la
actualidad son violentos y perversos. Digo que hay que mejorar la formación
de los futuros docentes. Evitar las promociones automáticas, el facilismo
y, para que pueda existir una verdadera ética profesional, hacer lo posible
para que sean profesionales en todo el sentido de la palabra. Esto significa
cambiar drásticamente la calidad de la remuneración y las condiciones de
trabajo de los docentes. Si bien, es bueno decirlo, más remuneración no
nos hará mejores docentes de la noche a la mañana, es claro, que puede
exigírsele más a quien está adecuadamente recompensado por su tarea. En
esta tarea el rol protagónico tendrá que tomarlo el Estado, con una política
de educación acorde con las pretensiones de una Nueva Argentina. En estos
tiempos se habla tanto de esta nueva fundación y parece olvidarse que la
misma involucra un concepto de educación. Es decir, es preciso definir qué
educación queremos para nuestro país. No es posible dejar librados estos
cambios a las fuerzas del mercado: sería reforzar las desigualdades. Pero, un Estado que
sólo se ocupe de emparchar
parcialmente las cosas con acciones focalizadas no es suficiente, debe tomar
las riendas de la conducción de la educación de forma plena y democrática,
y según mi opinión, su prioridad tiene que ser “el recurso humano” de
la educación: el docente. (1)
Las caras de la
violencia en la Escuela (nota1). Ver
nota BIBLIOGRAFÍA Sinisi,
Liliana
(1999) La relación nosotros-otros
en espacios escolares “multiculturales”. Estigma, estereotipo y
racialización en Neufeld, María
Rosa; Thisted, Jens Ariel (Comp.) “De
eso no se habla...” los usos de
la diversidad sociocultural en la escuela, Edudeba , Bs. A.s Bourdieu,
Pierre;
(1998) Capital cultural, escuela y
espacio social, Siglo XXI, México, 2da ed. Dubet, Francois; Martuccelli, Danilo (1998) En la escuela. Sociología de la experiencia escolar, Losada, Barcelona |
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