Asterión XXI

Revista cultural

           

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DIALÉCTICA DEL OLVIDO

por Jorge Vigo

    

  En nuestra nota anterior: Historia y memoria, afirmábamos la existencia de una política del olvido como un acontecimiento encarnado en un cuerpo: el colectivo social que busca olvidar aquello que no está dispuesto a asumir. Si reconocemos que el olvido es, al igual que la memoria, fundador, no podemos dejar de percibir que la política, es decir el uso que se busca del olvido, nunca es neutro. Por lo tanto se encuentra al servicio de una voluntad que quiere olvidar, no recordar, anclarse en la amnesia.

  Ahora la pregunta que se impone es: Si nuestra identidad personal depende de nuestras recuerdos, ¿qué efectos producen nuestros olvidos?

  La identidad personal esta asociada con la memoria y, por lo tanto, es dependiente de los recuerdos; entonces, los olvidos -ciertos olvidos como los voluntarios- son destructores de la identidad personal o, lo que es lo mismo, son indicadores de la sustitución de una misma persona, es decir cuando hay otra persona en lugar de la misma persona. Pongamos como ejemplo a una persona que cometió crímenes contra la humanidad, pasado un tiempo alcanza notables cargos en la función pública, entonces decide olvidar su pasado y entregarse a su nueva condición. Continuemos imaginando: nuestro buen personaje es reconocido y distinguido por sus servicios. ¿Es o no la misma persona? La polémica queda aún abierta, lo cierto es que ese olvido operó un cambio, una transformación. La amnesia sufrida por nuestro personaje ha borrado toda huella del criminal, pero, ¿hasta qué punto puede ser otra persona? Es más bien una operación de sustitución, de mimetismo, por la cual una persona se reemplaza a sí misma. La dialéctica del olvido ha hecho su trabajo, ha obrado.

   Debemos aceptar que la facultad de olvidar implica el pleno ejercicio de la memoria, la operación inversa es imposible. No podemos olvidar lo que no recordamos, sería una doble negación y, por lo tanto, constituye una afirmación. Ejercemos la memoria y ella constituye un pilar de la historia, para mantenernos humanos, reconociendo que el ejercicio de la memoria tampoco es neutro y si implica un desgarro metafísico.

  Cuando recuerdo soy, cuando olvido no soy; me niego humano, me bestializo, porque el olvido conlleva la abolición de la Historia, es un borrón sin rastro. Sabemos a partir de Freud (Psicopatología de la vida cotidiana) que los olvidos no se deben exclusivamente a alguna limitación o defecto en el funcionamiento del aparato de la memoria, antes, más bien a las sutilezas del inconsciente y sus mecanismos represores.

  La memoria se vincula estrechamente con la identidad personal. Soy yo y la conciencia de ser yo mismo, una persona, de ser el mismo, es la experiencia básica del yo en tanto estructurante de una persona. El olvido, entonces, juega el rol de anular ese yo, ese yo mismo, en definitiva destruye el fundamento constitutivo del yo. Es evidente que se trata aquí de la identidad personal y de su comprensión filosófica. John Locke en su Ensayo sobre el entendimiento humano dice acerca de las personas como seres pensantes e inteligentes, poseedores de razón y reflexión "que se pueden considerar a sí mismas como sí mismas, como la misma cosa pensante, en tiempos y lugares diferentes". Luego Locke se interroga sobre la consistencia de la identidad personal: "es decir la mismidad de un ser racional" y su respuesta iluminadora y original es que consiste en la conciencia que acompaña al pensar "en tanto esa conciencia se extiende hacia atrás a toda acción o pensamientos pasados". Lo que Locke nos dice en forma clara y concisa es que la identidad personal se explica por la memoria, en términos de lo recordado o lo recordable. Esta afirmación involucra eminentemente a la moral. Porque en este sentido una persona es un agente moralmente responsable susceptible de merecer un castigo si corresponde.

  Proyectar la afirmación de Locke al plano social significa asumir un compromiso que involucra la vida comunitaria y, por lo tanto, genera valores, sentimientos y experiencias comunes a los miembros del grupo.

  La identidad de una comunidad se vincula fuertemente con sus recuerdos y el olvido de ciertos hechos importantes destruye su identidad, convirtiéndolo en un grupo social distinto. La memoria, entonces, se yergue como un recurso moralmente virtuoso y políticamente valioso del olvido.
    
     

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