Asterión XXI

Revista cultural

           

Regresar

Apuntes alrededor de la Ciencia:

Ciencia, determinismo y azar  

por Fernando Pedró

   Puede sonar paradójico que los terrícolas podamos predecir el movimiento de planetas situados a millones de kilómetros de distancia pero nadie pueda acertar el resultado que obtendremos al tirar un par de dados. A esta clase de sucesos los solemos atribuir al azar por no querer admitir abiertamente nuestra ignorancia.

   Hace más de doscientos años Laplace escribía: Es nuestro deber considerar el estado actual del universo como un efecto de su anterior estado y como la causa de uno que lo sucederá. Si fuera dable tener por un instante una inteligencia que pudiera abarcar todas las fuerzas que animan a la Naturaleza y la situación respectiva de los seres que la componen - una inteligencia lo suficientemente enorme como para someter al análisis estos datos – comprendería en la misma fórmula el movimiento de los cuerpos más grandes del universo y el del átomo mas liviano; para ella nada sería incierto y el futuro, así como el pasado, se presentaría ante sus ojos”. (1)

Napoleón consultó cierta vez a Laplace sobre en qué lugar de su obra “Mecanique céleste” había alguna referencia a la Divinidad, obteniendo como respuesta del sabio un “No tengo necesidad de dicha hipótesis”. Cuando Lagrange, otro notable matemático, se enteró de esta anécdota atinó a expresar: ”Esa es una hipótesis maravillosa”.  

Desde entonces los científicos no se han detenido en el proceso de despejar incógnitas que son solo gotas en el océano de la ignorancia humana. Hay que reconocer empero, que la ciencia moderna es más humilde que lo que era Laplace y, conciente del espacio que falta por recorrer, hace uso de una herramienta que se contrapone filosóficamente al determinismo con el que tanto sueña. Emile Borel en su Tratado sobre las Leyes de la Probabilidad lo ejemplifica con que si colocamos un jarro de agua sobre el fuego, el líquido llegará a hervir y no se convertirá en hielo. Sin embargo, el hecho de que el agua puesta en el fuego se hiele no es imposible, sino solo altamente improbable. “No cabe duda que para todo hombre sensato este grado de probabilidad debe ser equiparado con la certidumbre, pero esta certidumbre no tiene el valor absoluto que un filósofo determinista debe atribuir a su determinismo: porque, por pequeña que sea la parte de libertad concedida al mundo, hay un abismo entre un mundo donde esta parte exista y un mundo en donde ella esté excluida”. (2) 

El estudio de la probabilidad comenzó a mediados del siglo XVII, cuando el religioso Blas Pascal y el magistrado Pierre de Fermat intercambiaron correspondencia acerca de sus trabajos sobre los riesgos que se tenían que tomar en el juego. Rapidamente la nueva ciencia fue desarrollada y aplicada, especialmente, por ingleses y holandeses, y así surgieron las compañías de seguros.

Eminentes matemáticos como Leibniz, Bernoulli, Gauss, Euler y Keynes, por solo nombrar algunos de distintas épocas, han aportado a estas “matemáticas para hombres prácticos” como la definió Clerk Maxwell.

La ciencia, como mencionamos antes, se valió de las leyes de la probabilidad para “explicar” fenómenos y a partir de ahí determinar nuevas leyes. El caso paradigmático es el de la mecánica cuántica. “Las leyes de la física cuántica son de naturaleza estadística. Esto es: no se refieren a un solo sistema sino a una agregación o conjunto numeroso de sistemas idénticos; no se pueden comprobar por mediciones sobre un caso aislado, individual, sino unicamente por una serie de medidas repetidas”. (3)

La probabilidad no se utiliza solo en las ciencias exactas. Se ha desarrollado a tal punto que hay quienes pretenden explicar todo fenómeno humano munidos de estadísticas. Piensan como el Marqués de Condorcet, que tenía tal fe en la nueva teoría de la probabilidad que pensaba que podría aplicarse eficazmente a los juicios de los tribunales a fin de reducir a un mínimo el peligro de los fallos injustos. Para tal fin sugirió que con el aumento del número de jueces en cualquier tribunal, se asegurarían muchísimas opiniones independientes que constituirían una salvaguarda de la verdad, neutralizando las opiniones extremas. Como quienes tienen una fe ciega en las estadísticas actualmente, Condorcet olvidó otros factores, y terminó sus días en la guillotina, juzgado por un tribunal revolucionario, compuesto por muchos jueces, todos los cuales sostenían las mismas opiniones extremas.

 

(1)         Laplace: “Essai Philosophique sur la Probabilité”

(2)         Borel, Emile: “Le Hasard”

(3)         Einstein, Albert e Infield, Leopold: “La física, aventura del pensamiento”

 

e-mail: fernandopedro@asterionxxi.com.ar

Regresar