Asterión XXI

Revista cultural

           

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EL CENTINELA

de B. Rivadavia

 

A Marcelina Jarma

 

  El ¿Quién va? se perdió entre el fragor del mar embravecido y el bullicio de aquella canalla que se repartía el botín a la luz de la hoguera.

  Se le había jurado que tendría lo suyo y aún más por el sacrificio y riesgo de servir de centinela desde aquel roquedal frente al mar.

  Pero estaba malhumorado y desconfiado por su destino.

  Para colmo esa figura recién salida del mar, iluminada por el tenue fulgor de la noche y que se arrastraba hacia él, pero sin la torpeza de lo exhausto sino con la pausada y empeñosa habilidad del animal que repta. En la penumbra se adivinaban sus formas; la cabeza erguida y las tensas extremidades anteriores, que a cada impulso ganaban un trecho clavándose en la arena como si fuesen muletas.

  El arcabuz era de fiar, en batalla ya había demostrado la eficacia de su brutal perdigonada. Un sorbo de rhum y apuntó al fácil blanco.

  Cuando gatilló supuso por un destello que podía tratarse de algún compinche herido y rezagado, pero ya era tarde y además no le importaba.

  El estampido acalló la algarabía de la repartija y hasta el mar pareció silenciar.

  Él fue el primero en llegar al bulto abatido, los otros llegaron después.

  Allí yacía, corazón y rostro destrozados, el encanto de una sirena, tal vez la última, tal vez la única.

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