Revista de Poesía El Barco Ebrio Separata N° 1 Charles
Baudelaire, Pequeños poemas en prosa Por
Patricia
Calabrese Queremos ser
fieles al poeta y hacer una recepción de la obra tal como nos la propone
en el Prefacio de sus Pequeños
poemas en prosa, dedicados a Arsène Houssaye, allí encontramos las
dos instancias de la producción literaria: el escritor y el lector;
instancias en disonancia, ya que la lírica de la época moderna no
constituye un momento de reposo para el lector. Disonancia en la obra que
alcanza su eco en el receptor: “Le mando, querido amigo, esta obrilla,
de la que, sin ser injusto, nadie podría decir que no tiene cola ni
cabeza, ya que, por el contrario, todo en ella es, a un tiempo, cabeza y
cola, alternativa y recíprocamente. Considere, se lo ruego, cuán
admirable es la comodidad que esta combinación nos ofrece a todos: a
usted, a mí y al lector. Podemos cortar por donde queramos: yo, mi
divagación; usted, el manuscrito, y el lector, la lectura; puesto que no
dejo colgada del hilo interminable de una intriga superflua la voluntad
zahareña de éste. Quite una vértebra, y los dos pedazos de esta fantasía
tortuosa se volverán a unir sin trabajo. Píquela en muchos fragmentos, y
ya verá cómo cada uno puede tener existencia por sí...” Divagación
que apresa el carácter tembloroso de la naturaleza y lo entrega en
cuadros amalgamados por la genialidad y el temperamento del artista. Esta
prosa poética, constituida por cincuenta poemas, es la gran obsesión del
poeta, la gran ambición y preocupación del último momento de su vida:
“¿Quién de nosotros, en sus días de ambición, no hubo de soñar el
milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, flexible y
sacudida lo bastante para ceñirse a los movimientos líricos del alma, a
las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia”. Los
efectos de la movilidad de la naturaleza sobre el alma del poeta se verán
en la generación de todas las curvas y figuras imaginarias operadas en el
espacio. Como dice le autor, la lectura puede iniciarse en cualquier punto
de la aventura poética, puesto que nos concede libertad, demos a nuestro
lector imaginario como punto de partida el Epílogo:
El poeta pone en escena a la ciudad, París, no la afectiva del yo
individual sino la peripecia del hombre de la modernidad en la gran urbe y
entre sus habitantes, los placeres que ésta despierta y la embriaguez
necesaria para escapar de la realidad y poder ascender al reino del ideal,
siempre escindido el corazón entre lo divino y lo satánico. El paseo por
las calles deslinda lo fragmentario de la totalidad; en medio de la
multitud, el individuo aparece como un astro fugitivo que encandila la
mirada del soñador. La muchedumbre, por lo imprevisto de los encuentros,
proporciona el alimento a los poetas y a los filósofos: la multiplicidad
de anécdotas y el panorama de una sociedad, en la que también los parias
son motivo de poesía, encarnan la naturaleza dentro de la cual se
desarrolla el vagar del poeta, donde siente la Belleza, la descubre aún
bajo la capa de la miseria y la disfruta. Gozar de las multitudes es un
arte dado a quien ama los viajes, el poeta es el caminante solitario y
pensativo, en los pliegues sinuosos de la ciudad, en el caos y en el
cuadro hormigueante de las ciudades vivientes, él marcha, impopular,
despreciado por un mundo olvidadizo, empujado por la esperanza eterna de
la traducción de la Belleza. La Verdad, la Belleza son una quimera, pero
lo Posible, según Baudelaire, es una provincia de la Verdad. La
naturaleza tienta al poeta, excita sus deseos y, en el silencio de su sueño,
el yo se pierde; entonces todas las cosas piensan musicalmente,
pintorescamente, sin argucias, ni silogismos, ni deducciones. El
movimiento, el color, la atmósfera hablan al alma del poeta, lejos de las
cosas terrestres, hablan las armonías: ‘Ignoro si algún analogista ha
establecido sólidamente una gama completa de colores y de sentimientos,
pero recuerdo una pasaje de Hoffmann que expresa perfectamente mi idea, y
que agradará a cuantos amen sinceramente la naturaleza: “No solamente
durante el sueño, o en el ligero delirio que le precede, sino también
despierto, cuando oigo música, encuentro una analogía y una reunión íntima
entre los colores, los sonidos y los perfumes. Me parece que todas estas
cosas han sido engendradas por un mismo rayo de luz y que deben reunirse
en maravilloso concierto. El olor de las caléndulas, rojas o castañas
sobre todo, me produce mágico efecto. Me hace caer en profunda ensoñación
y oigo entonces, como viniendo de la lejanía, los sones graves y
profundos del oboe’.” (Salón de 1846, Curiosidades
estéticas). También haciendo referencia a la música: “Lo que sería
verdaderamente sorprendente es que el sonido no pudiera sugerir el color,
que los colores no pudieran dar idea de una melodía, y que el sonido y el
color fueran impropios para traducir ideas; las cosas se han siempre
expresado por una analogía recíproca, desde el día en que Dios articuló
el mundo como una compleja e indivisible totalidad.” (R.
Wagner y Tannhäuser) Se trata de correspondencias no con otras
sensaciones, sino con estados del alma, con ideas. La armonía musical y
el movimiento de colores y sombras hablan al recuerdo; los poetas, los
artistas y toda la raza humana sería infeliz si el ideal fuera hallado:
“Ya hice notar que el recuerdo era el gran criterio del arte; el arte es
una mnemotecnia de la belleza: por lo tanto, la imitación exacta estropea
el recuerdo...” (Salón de 1846). El sentir de Baudelaire se mueve dentro del esquema
platónico y místico cristiano. Baudelaire era un gran crítico de arte,
en sus Curiosidades estéticas,
hace referencia a dos métodos de la expresión artística y erige a la
imaginación como reina de las facultades del hombre. El arte imaginario
se opone al arte positivo, Baudelaire defiende el arte imaginario; el
artista no debería copiar la naturaleza, él no debería comportarse como
un ser pasivo frente al espectáculo del universo; el artista, tal como lo
entiende nuestro autor, debe mostrarse negligente hacia la naturaleza,
tratar de representar otra, análoga a su espíritu y a su temperamento.
La naturaleza es un diccionario, un código de signos, no un mensaje, de
él podemos extraer todos los elementos que componen una frase y un texto,
pero no es una composición en el sentido poético de la palabra. Hablando
de pintores, Baudelaire dice que los que obedecen a la imaginación buscan
en el diccionario los elementos que concuerdan con su concepción y les
dan una nueva fisionomía; los que, por el contrario, carecen de imaginación
copian el diccionario, a fuerza de contemplar, olvidan su sentir y pensar.
Así para el poeta, el universo es una gran negocio de imágenes y de
signos a los que la imaginación dará un valor y un espacio relativos, él
hará una traducción. En el método positivo se alza el universo sin el
hombre; en el método imaginativo los elementos del universo reverberan el
espíritu del artista. Dejemos al poeta en su vagar por las rutas de los
imprevisto, en este su baño cotidiano, a veces a la hora del crepúsculo,
a la hora de la libertad, a la señal de una fiesta interior, inicia su
viaje el alma. El partir por partir, siempre de la mano de la fatalidad,
ya que imita la irremediable existencia del artista, que marcha empujado
por el apetito de un universo siempre pequeño a los ojos del recuerdo.
Subyugado por la arquitectura móvil de las nubes, esos continentes en
viaje; hechizado por el perfume como otros por la música; embelesado por
el andar perezoso y rítmico de una bella mujer; encantado por el mar
monstruosamente seductor, infinitamente variante que parece representar
las ondulaciones del alma. El poeta huye de la cruda realidad, de la
miseria del mundo, tiene cierta vocación de pintor frente a lo que se le
ofrece en su camino y siente una simpatía fraternal con lo desconocido y
rehace la historia o la leyenda de los demás. En la búsqueda, el alma
viaja, sueña y alarga las horas con el infinito de las sensaciones,
arrullada por la sinfonía del silencio; el país que persigue es un país
es un país abundante, “superior a los otros, como el arte lo es a la
naturaleza”, donde el alma es reformada por el sueño, corregida,
embellecida y refundida. En este exilio “cada hombre lleva su dosis de
opio natural”. Un país que se parece al sueño, a la nostalgia de lo
que no se tiene, al recuerdo de lo no vivido, que se comunica con el alma
en su dulce lengua natal. Todo se relaciona este mundo que vemos con otro
que no vemos, pero que se manifiesta a través de las cosas visibles.
Saber aprovechar las correspondencias es poder descubrir la armonía de la
totalidad. En el viaje del alma, incluso sólo el proyecto de viajar es un
placer suficiente. El sueño desahoga por un momento a la bestia que nos
devora, que se agita en nosotros; el placer es un veneno que calma al alma
excitada, pero también la alimenta. La bestia no se ahoga jamás, el sueño
es siempre reiniciado y el deseo es inagotable, de aquí la inutilidad del
viaje: por un lado despliega el éxtasis y por otro, libera el lamento.
Nunca el poeta está bien donde está; cree que estaría mejor donde no
está, no importa dónde con tal que sea fuera de este mundo. Así, a
causa de los efectos de la movilidad de las nubes en el cielo, de la
coloración cambiante del mar, de los ojos de una mujer, el poeta emprende
el diálogo con el alma que, en la oscilación armoniosa de los elementos
y en la inmersión en el deseo, conserva el gusto del ritmo y de la
belleza. Esta es la fatal curiosidad del viajero del país de la quimera,
cuyo reposo no está en ninguna parte y que puede ser no importa dónde;
éste es el deseo para quien el placer sirve de abono para el espejismo
eterno en su camino. Escapar o permanecer en la cama para huir de este
mundo monótono, pequeño, siempre parecido a nuestra imagen, origen de
nuestro aburrimiento, siempre engañar al enemigo, el Tiempo, cuya carga
se hace sentir con horror. No importa si el último puerto es el del viaje
definitivo, en el fondo de lo desconocido también puede ser descubierto
lo nuevo.
El sentimiento de la belleza requiere un ejercicio de los cinco
sentidos y una iniciación particular. El artista dotado de imaginación,
en el acto de crear, puede descomponer la realidad y con los elementos
obtenidos después del análisis, disponer toda una creación; hacer una síntesis
usando las reglas que se encuentran en lo más profundo del alma. La
imaginación ejercitando su poder delínea una dominante en detrimento del
resto, es la fantasía creadora que digiere y transforma los signos que la
naturaleza le proporciona. En esta comunicación con el mundo espiritual,
el poeta trata de asir las misteriosas correspondencias y entrever el “más
allá” de lo visible: el resultado de la contienda es la expresión poética.
En este afán de precisar
lo impreciso; de sugerir, en la movilidad de las percepciones
sensibles, la concordancia con las emociones e ideas del hombre, despierta
la “fantasmagoría evocatoria”. En el poema en prosa “El tirso”
habla sobre esta revolución de la construcción del poema, el cual jamás
exige copia, sino composición: “El tirso es la representación de
vuestra asombrosa dualidad, maestro poderoso y venerando, caro bacante de
la belleza misteriosa y apasionada (...) El palo es vuestra voluntad
recta, firme e inquebrantable; las flores son el paseo de vuestra fantasía
en derredor de vuestra voluntad; es el elemento femenino que ejecuta en
redor del macho sus prestigiosas piruetas. Línea recta y línea de
arabesco, intención y expresión, rigidez de la voluntad, sinuosidad del
verbo, unidad del propósito, variedad de los medios, amalgama
todopoderosa e indivisible del genio, ¿qué analítico tendrá el
detestable valor de dividiros y separaros?” En la fragua del artista, en
este caso particular Franz Liszt, la unidad del objetivo, la trama
inteligible intelectual articula la sugestión y el ritmo a través de la
sonoridad de los medios. Así en los poemas en prosa más logrados, el
poeta despliega la multiplicidad de las ondulaciones del espíritu y evoca
la magia de las correspondencias con la patria anterior en una progresión
siempre renaciente; allí se armonizan los elementos y se desvelan las
alianzas primitivas. Entonces con la paleta de colores y sonidos en armonía,
desglosa la melodía, la sucesión regular del refrán poético. La melodía
es la unidad, ella produce un efecto general, deja un recuerdo en el
contrapunto de las evasiones claroscuras de la ensoñación. De este modo,
el lector no puede escapar a la magia sonora de la palabra y al esfuerzo
por atrapar y detener el huidizo placer del espíritu, que se debate entre
la estrecha realidad del espacio y del tiempo y la amplia irrealidad del
sueño.
Una selección, no antojadiza, de poemas en prosa, intentará dar
muestra del sentimiento de la belleza en el cuadro del artista, poemas en
prosa que se corresponden con los poemas de Las
flores del mal.
“Un
hemisferio en una cabellera”
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus
cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de
manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir
recuerdos al aire.
¡S i pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo los que siento! ¡Todo
lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de
los demás hombres en la música.
Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles;
contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en
que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está
perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.
En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan
cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de
toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo
inmenso en que se repantiga el eterno calor.
En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces
de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío,
mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros
refrescantes.
En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco
mezclado con opio y azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer
lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me
emborracho con los olores combinados del algodón, el almizcle y del
aceite de coco.
Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando
mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como
recuerdos. “La
invitación al viaje”
Hay un país soberbio, un país de Jauja – dicen – que sueño
visitar con una antigua amiga. País singular, anegado en las brumas de
nuestro Norte, y al que se pudiera llamar el Oriente del Occidente, la
China de Europa; tanta carrera ha tomado en él la cálida y caprichosa
fantasía; tanto la ilustró paciente y tenazmente con sus sabrosas y
delicadas vegetaciones.
Un verdadero país de Jauja, en el que todo es bello, rico,
tranquilo, honrado; en que el lujo se refleja a placer en el orden; en que
la vida es crasa y suave de respirar; de donde están excluidos el
desorden, la turbulencia y lo imprevisto; en que la felicidad se desposó
con el silencio; en que hasta la cocina es poética, pingüe y excitante;
en que todo se te parece, ángel mío.
¿Conoces la enfermedad febril que se adueña de nosotros en las frías
miserias, la ignorada nostalgia de la tierra, la angustia de la
curiosidad? Un país hay que se te parece, en que todo es bello, rico,
tranquilo y honrado, en que la fantasía edificó y decoró una China
occidental, en que la vida es suave de respirar, en que la felicidad se
desposó con el silencio. ¡Allí hay que irse a vivir, allí es donde hay
que morir!
Sí, allí hay que irse a respirar, a soñar, a alargar las horas
en lo infinito de las sensaciones. Un músico ha escrito la Invitación al
vals; ¿quién será el que componga la invitación al viaje que pueda
ofrecerse a la mujer amada, a la hermana de elección?
Sí, en aquella atmósfera daría gusto vivir; allá donde las
horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes hacen
sonar la dicha con más profunda y más significativa solemnidad.
En tableros relucientes o en cueros dorados con riqueza sombría,
viven discretamente unas pinturas beatas, tranquilas
y profundas, como las almas de los artistas que las crearon. Las puestas
del Sol, que tan ricamente colorean el comedor o la sala, tamizadas están
por las bellas estrofas o por esos altos ventanales labrados que el plomo
divide en numerosos compartimientos. Vastos, curiosos, raros son los
muebles, armados de cerraduras y de secretos, como almas refinadas.
Espejos, metales, telas, orfebrería, loza, conciertan allí para los ojos
una sinfonía muda y misteriosa; y de todo, de cada rincón, de las cajas
de los cajones y de los pliegues de las telas se escapa un singular
perfume, un vuélvete de Sumatra, que es como el alma de la vivienda.
Un verdadero país de Jauja, te digo, donde todo es rico, limpio y
reluciente como una buena conciencia, como una magnífica batería de
cocina, como una orfebrería espléndida, como una joyería policromada.
Allí afluyen los tesoros del mundo, como a la casa de un hombre laborioso
que mereció bien del mundo entero. País singular, superior a los otros,
como lo es el Arte a la Naturaleza, en que ésta se reforma por el ensueño,
en que está corregida, hermoseada, refundida.
¡Busquen, sigan buscando, alejen sin cesar los límites de su
felicidad esos alquimistas de la horticultura! ¡Propongan premios de
sesenta y de cien mil florines para quien resolviere sus ambiciosos
problemas! ¡Yo ya encontré mi tulipán negro y mi dalia azul!
Flor incomparable, tulipán hallado de nuevo, alegórica dalia, allí,
a aquel hermoso país tan tranquilo, tan soñador, es adonde habría que
irse a vivir y a florecer, ¿no es verdad? ¿No te encontrarías allí con
tu analogía por marco y no podrías mirarte, para hablar, como los místicos,
en tu propia correspondencia?
¡Sueños! ¡Siempre sueños!, y cuando más ambiciosa y delicada
es el alma tanto más la alejan de lo posible los sueños. Cada hombre
lleva en sí su dosis de opio natural, incesantemente segregada y
renovada, y, del nacer al morir, ¿cuántas horas contamos llenas del goce
positivo, de la acción bien lograda y decidida? ¿Viviremos jamás,
estaremos jamás en ese cuadro que te pintó mi espíritu, en ese cuadro
que se te parece?
Estos tesoros, estos
muebles, este lujo, este orden, estos perfumes, estas flores milagrosas
son tú. Son tú también estos grandes ríos, estos canales tranquilos.
Los enormes navíos que arrastran, cargados todos de riquezas, de los que
salen los cantos monótonos de la maniobra, son mis pensamientos, que
duermen o ruedan sobre tu seno. Tú los guías dulcemente hacia el mar,
que es lo infinito, mientras reflejas las profundidades del cielo en la
limpidez de tu alma hermosa; y cuando, rendidos por la marejada y
hastiados de los productos de Oriente, vuelven al puerto natal, son también
mis pensamientos, que tornan, enriquecidos de lo finito, hacia ti. “El
deseo de pintar”
¡Desdichado tal vez el hombre, pero dichoso el artista desgarrado
por el deseo! Ardiendo estoy por pintar a la que tan raras veces se me
apareció para huir tan de prisa, como una cosa bella que se ha de echar
de menos tras el viajero arrebatado en la noche. ¡Cuánto tiempo hace ya
que desapareció!
Es hermosa y más que hermosa: es sorprendente. Lo negro en ella
abunda; y es nocturno y profundo cuanto inspira. Sus ojos son de astros en
que centellea vagamente el misterio, y su mirada ilumina como el relámpago:
es una explosión en las tinieblas.
La compararía a un sol negro si se pudiera concebir un astro negro
capaz de verter luz y felicidad. Pero hace pensar más a gusto en la luna,
que indudablemente la señaló con su temible influjo; no en la luna
blanca de los idilios, semejante a una novia fría, sino en la luna
siniestra y embriagadora, colgada del fondo de una noche de tempestad y
atropellada por las nubes que corren; no en la luna apacible y discreta,
visitadora del sueño de los hombres puros, sino en la luna arrancada del
cielo, vencida y rebelde, a quien los brujos tesalios obligan duramente a
danzar sobre la hierba aterrorizada.
En su estrecha frente moran la voluntad tenaz y el amor a la presa.
Sin embargo, en la parte baja de ese rostro inquietador, donde las móviles
aletas de la nariz aspiran lo desconocido y lo imposible, estalla, con
gracia inexpresable, la risa de una boca grande, roja y blanca y
deliciosa, que hace soñar en el milagro de una soberbia flor abierta en
un terreno volcánico.
Hay mujeres que inspiran deseos de vencerlas o de gozarlas; pero ésta
infunde el deseo de morir lentamente ante sus ojos. Bibliografía Baudelaire,
Charles. Petits poèmes en prose,
Oeuvres Complètes, Ed. Louis Conard.
Correspondance générale,
Oeuvres Complètes, Ed. Louis Conard.
Curiosités Esthétiques,
Ed. Levy Calmann. Para
la versión al español de Petits poèmes
en prose se utilizó la traducción de Enrique Diez-Canedo, Pequeños poemas en prosa, Colección Austral. |
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