JOSÉ LUIS MARINI

         

LXXV

      
Bajo las cúpulas negras de la avenida Callao
inmemoriales
en la consonancia de julio,
como un coro de propias abulias,
no sé si he visto llover
o si los sonidos se hicieron vacilantes.

              

LXXVI

           
Nunca sabemos hacia quién dirige
sus ojos grises.
En lo sucesivo no miraremos más que a sus párpados cerrados,
también grises.

                

LXXX

       
Cuyo saludo fuera
como para no volver ya.
De entre ellos distingo
variados hombros
que a mi brazo se ligaron
e indujeron las formas de mis palmas,
como también la indujeran
otros que no llevé.
Diversas cavidades de mis palmas
cuando tiendo los alambres en el patio
para que pueda trepar la hiedra,
o cuando quemo el cúmulo de moscones muertos
sobre el mosaico pardusco.

           

DE TU ALIENTO HUMEANTE DEL INVIERNO

          
De tu aliento humeante del invierno
espesamente disuelto
crece, plegada en ángulos,
la catedral de Santa Úrsula
color de conjetura
casi a diario.

                      

CXXIII

        
Dora:

el malecón se entorpece en la niebla costanera

y aparecen ajadas las vestiduras que te cubren.

Tus mismas palabras castellanas, tan antiguas,
suenan hoy como la ola al retirarse entre guijarros.
La visual en lontananza persigue a tu hijo muerto,
pero no cabe más que este rozamiento de aires
sobre el verdor cobalto, y sin asombrarte, te pacifica.
Dora: crítica fue aquel amanecer, cuando sobreviviste,
anclando el universo en pequeños objetos sin uso.
Apenas si han caído tres salpicaduras,
una hoja,
singulares hebras enroscadas,
y lamentaste sólo un dolor de piernas,
erguida en la visión hacia las crestas confluyendo,
resumidas en la parquedad de tu figura,
balanceo de un cabello en el entrecejo,
ápice, Dora, de un rasguido en las lonas del viento,
entre oleaginosos crujidos de catres.
También este paisaje podría ser muy antiguo,

a no ser por el gran barco de acero

partido en dos
y encallado.